Tlatelolco, verano del 68

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Salí de la sala luego de ver Tlatelolco: Verano del ’68 con una idea, una pregunta, y una respuesta ¿Cuánto tiene que ver los localismos y la pertenencia a un lugar en una película, más si hablamos de una película histórica?
La respuesta es mucho. De manera muy extraña y casi solapada se estrena esta semana en nuestras salas este nuevo film del mejicano Carlos Bolado, el primero del director en estrenarse en nuestro país, una coproducción mejicana con una pequeña participación argentina, lo cual suponemos debe ameritar su estreno.
Ante todo, Tlatelolco..., es una recreación de un hecho histórico, y una historia de amor atravesada por el mismo; hablamos de la revuelta estudiantil que se desarrolló en Méjico en 1968 en búsqueda de diversas conquistas estudiantiles y sociales, y en vísperas de los Juegos Olímpicos a desarrollarse en ese país.
El Presidente Gustavo Diaz Ordaz quiere dejar a su país “presentable” para el evento venidero, y los reclamos le resultan “inoportunos”, debido a eso y a otras razones lógicas (para un pensamiento como el de Ordez) e ideológicas, se llevará a cabo una fuerte represión contra los mismos.
En medio de esto, la historia particular, Felix (Christian Vasquez) un joven de clase media baja, que estudia en la UNAM, universidad pública, y forma parte de los reclamos conoce a Ana María (Cassandra Ciangherotti) una chica bien, de universidad privada, pero de corazón noble y preocupación por los que menos tienen, y que, de manera más aleatoria, también formará parte en la revuelta, aunque secretamente.
Los dos se enamoran, aunque pertenecen a mundos distintos, y el destino que Ana María tiene estructurado por su familia se interpondrá, el padre de ella pertenece a “la otra clase”. El amor prohibido continúa furtívamente mientras avanzan los hechos, pero ahí no terminan las cosas, Ernesto (Juan Manuel Bernal) no es simplemente adepto ideológicamente al gobierno de Ordez, sino que forma parte de él, y en los asuntos más turbios que, entre otras cosas incluyen torturas y desapariciones, y tiene la orden de intervenir, ya sabemos cómo, contra los estudiantes.
Bolado maneja dos cauces, pero no lo hace en paralelo, la historia romántica se entrecruza todo el tiempo con el revisionismo histórico, y lo que logra es un fresco de época que va desde el botón de muestra hacia lo general. Pero hay algo que se interpone para el espectador local medio, su argumento, claramente está pensado para entendidos.
Tlatelolco: Verano del ’68 está plagada de referencias, se citan hechos, fechas y nombres; se ubica en un contexto desde entrada sin contextualizar demasiado previamente; y la Masacre Estudiantil de Tlatelolco es un hecho que, lamentablemente no cobró la resonancia internacional que merece.
Esto lleva a que más de una vez, alguien que no conoce en profundidad cómo fueron ocurriendo las circunstancias pueda perderse mientras los datos se acumulan. Imagino que algo similar podría ocurrirle a un extranjero con, por ejemplo, La noche de los lápices.
En cuanto al amor, se lo presenta como un Romeo y Julieta vernáculo y hasta pintoresco, y ciertamente algo menor. Hay un cúmulo de interpretaciones correctas, buena recreación y ambientación técnica (el film parece propio de la época) y es ayudado por un seleccionado material de archivo que nos servirá de brújula.
En contra sí, una musicalización y sonido discorde, que en ciertas oportunidades acopla, aturde, y hasta tapan los diálogos. Tatlelolco: Verano del ’68 es un correcto ensayo político social, y una historia romántica apenas amable. Desde una mirada positiva, incita a que revisemos la historia Latinoamericana en busca de este hecho que, repito, es de importancia necesaria.