Tito, el navegante

Crítica de Isabel Croce - La Prensa

El arte como una buena terapia

Así conoceremos a Rubén Adolfo Ingenieri, ese señor amante del rock, la pintura, la música, que hizo de todo, "plomo" de aquéllos que luego serían grupo musicales famosos, habitante de una casa en lo alto de un árbol por varios años, portero de un colegio y actualmente conocido escultor con cientos de trabajos desperdigados por todas partes y hacedor de una casa que silba con la sudestada, construida con botellas, cemento y arena en la localidad de Quilmes.

A este Tito al que le gustaban las drogas, que estuvo internado en el Borda y zafó, que fue a pie a Perú y del que su psiquiatra, el doctor Rocca dice: "El paciente se cura solo" y que se ríe cuando recuerda a Tito, que luego de dos horas de conocerlo y hablar con él salió con un "desde que me analizo, estoy mejor".

QUIJOTES Y BUZOS

"Tito, el navegante" es un atractivo documental. Muestra a Tito que cuenta su vida mientras trabaja con toda la chatarra del mundo, de la que surgirán animales, personajes, Quijotes, o buzos, lo que su imaginación le pida.

Un hombre al que lo salvó ese arte, o artesanía a la que él se dedica, mientras relata la historia de su casa, la única que tuvo propia luego de aquélla que hizo en lo alto de un árbol. La querida casa de millones de botellas y que Irma, su mujer decoró con bellos vitraux.

Tito habla de otra forma de vida, donde el dinero no exista y donde las casas puedan hacerse sin dinero, como la suya ,trabajada con chatarra. Tito piensa que mucha gente del barrio lo va a imitar y no habla de sus esculturas que se exhiben en Quilmes, Madrid, Berlín o Berazatequi y que le aseguran una eternidad en reciclado y hierro, con mucho cemento y arena.

Filme distinto, con permanente presencia del protagonista, testigos de su vida, hijos y mujeres, vecinos y dibujos animados que matizan con creatividad esa sucesión de imágenes destinadas a fijar una vida distinta.