Titanes del Pacífico

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

A escala humana

Cuando la tecnología está al servicio del relato, se logran filmes de acción como éste, que atrapan y no son mero regocijo virtual.

Qué extraña (pero agradable) sensación se tiene cuando en plena era digital vemos una película en que máquinas pelean contra seres monstruosos, pero los combates “se entienden”, la trama es sencilla -hasta parece salida de un clásico de Hollywood- y los personajes están bien delineados.

En fin, cuando la tecnología está en función del relato, y no al revés.

El mexicano Guillermo del Toro es un fanático de los cómics, y en Titanes del Pacífico, la nueva creación de realizador de Cronos y El laberinto del fauno, consiguió lo que a pocos hoy parece preocuparles. Hacer un filme de acción, con un pie en el cine catástrofe y casi apocalíptico -la proximidad del fin del mundo este año fue tema de Oblivion, Después de la Tierra, Guerra Mundial Z y siguen las firmas-. Y pese a que los combates son entre robots de 100 metros de altura y monstruos que emergen de las entrañas de la Tierra, lo hizo a escala humana.

Estamos en 2020, y desde hace siete años (o sea, hoy) se desata la lucha entre Kaijus (monstruos, en japonés) y Jaegers (cazadores, en alemán), robots piloteados por dos humanos adentro, creados cuando aquellos asolaron las costas y amenazaron con destruirlo todo. La pelea, en aguas del Océano Pacífico, es desigual y, ante la supremacía de los Kaijus, las potencias deciden construir Muros de la vida, paredes enormes en las zonas costeras para detenerlos.

Sin buscarle el pelo al huevo, en vez de levantar estas fortificaciones (como las que se construyen en Jerusalén en Guerra Mundial Z, para detener a los zombis), ¿por qué no evacuaron las ciudades como Sidney y Hong Kong, que van a ser atacadas en la película, si lo que está en juego es la extinción del planeta, para que los Kaijus estén más lejos de su habitat natural, y pelar contra ellos en tierra firme, y no en el océano?

Porque ésa sería otra película.

Del Toro pone en escena ni bien arranca el relato a Raleigh (Charlie Hunnam) y su hermano mayor a bordo de un Jaeger. Es que la unión hace la fuerza, y dos personas, cuyo ensamble sea propicio -porque sus cerebros van a estar unidos- logrará mayor fuerza ante los Kaijus. Raleigh pierde en la batalla en Alaska a su hermano, termina construyendo como operario Muros hasta que, cinco años más tarde, es sacado del ostracismo por el comandante Pentecost (!). Quedan sólo 4 Jaegers antes de ser desmantelados, y quiere que Raleigh pilotee uno. Claro, hay que buscarle compañero/a.

Para condimentar, las otras parejas de pilotos son una australiana (padre e hijo, que semejan imbatibles), más un trío chino y otra dupla rusa. Es que pensada también para el mercado asiático, la trama se traslada a Hong Kong, y una de las protagonistas será la nipona Rinko Kikuchi (de Babel, dirigida por otro mexicano, Alejandro González Iñárritu)-.

Oscura en todo sentido -las acción por lo general transcurre de noche, o llueve, o es dentro de la base-, la ferocidad de las bestias, y la agresividad en estado latente explota en los combates “cuerpo a cuerpo”. Y cuando no hay peleas, la tensión se mantiene entre los pilotos humanos.

Hay una buena dosificación de acción física y verbal, lo que lleva al mejor resultado. Los científicos son la antítesis de los pilotos de los Jaegers, y el comic relief de la película. No deja de ser curioso que quienes, desde el cerebro y la ciencia, no desde el músculo y la fuerza bruta deben resolver los problemas, sean dos nerds competitivos.

Por allí están Ron Perlman y Santiago Segura, como rostros conocidos además de Idris Elba (Pentecost), el actor que en breve será Mandela, y el personaje mejor delineado de la -presumimos- saga por venir.