Titanes del Pacífico

Crítica de Matías Orta - A Sala Llena

Pocas películas generan tanto placer como las que involucran monstruos gigantes. Desde el cine mudo, en El Mundo Perdido, de 1925, dinosaurios y otras bestias enormes poblaron la pantalla grande, destrozando ciudades y aterrando a la muchedumbre. La obra maestra y piedra fundacional fue y sigue siendo King Kong, en 1933, pero pronto hubo una ola de criaturas destructoras. Sobre todo, en Japón. En 1954, producto de la radiación, Godzilla emergió de las profundidades y se llevó por delante no sólo edificios sino a toda la cultura pop. Aunque era un actor disfrazado que pisaba maquetas, el desproporcionado reptil (una metáfora de las consecuencias de las bombas de Hiroshima y Nagasaki) pegó fuerte en el imaginario mundial y generó secuelas, copias, parodias; otros monstruos grandes y pintorescos, como Mothra y Gidhra —que terminaron de constituir el subgénero denominado kauji eiga, “películas de monstruos” — y hasta una fallida versión Hollywoodense, perpetrada por Roland Emmerich en 1998...