Titanes del Pacífico

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Heavy metal

Bienvenidos al tanque del momento. En unos años, quizá se hable de esta película. Pero lo mejor para decir sobre Titanes del Pacífico es que es una película pochoclera para disfrutar sin culpa. Así que acomódese en la butaca y acomode el vaso de Coca, mientras los cíclopes de metal, mezcla de Transformers y Ultraman, muelen a golpes a unas bestias llegadas del averno, mezcla de Godzilla y Aliens. Lo segundo bueno sobre Titanes del Pacífico es que su director, Guillermo del Toro, metió en la coctelera ese acervo de monstruos (rapiñando, de paso, una teoría conspirativa clase B) y consiguió algo que, si bien no es original, no es una remake ni se siente como otra vez sopa.
En un futuro cercano la Tierra resulta invadida por monstruos que llegan del fondo del océano (la “teoría” de que los extraterrestres están abajo nuestro); los monstruos o kaiju (mayor referencia a Godzilla, imposible), arrasan con las ciudades y para enfrentarlos se crea a los jaegers, gigantes de metal tripulados por dos solados, quienes manejan a las máquinas mediante un enlace neuronal. En el medio se cuelan los enfrentamientos de la segunda Hulk y hasta los traficantes de plasma sintético de Blade Runner. No siempre ese cúmulo funciona, y para peor Del Toro es víctima de una sensiblería que Hollywood exige cual código de barras. Pero Titanes no es una película arty. Es un tanque para pasar un buen rato, mezclando la ciencia ficción dura de Giger y Moebius (una estética que, evidentemente, el cine no puede superar) con los monstruos de Harryhausen e Ishirô Honda. Sin olvidar a Avatar, desde luego, cuyo germen se remonta al final de Aliens. A esta altura, la influencia del último film de Cameron es incuestionable.