Titanes del Pacífico

Crítica de Diego Faraone - Denme celuloide

Los llamados kaiju-eiga, (kaiju significa en japonés "bestia extraña", eiga es "película") eran filmes de monstruos de los años sesenta en los que lagartos o insectos gigantes (Godzilla, Mothra) se peleaban entre sí rodeados de increíbles maquetas de cartón-piedra. En esas películas a veces tenían aparición robots gigantes diseñados para eliminar la amenaza y, después de darse unos cuantos palos con la alimaña de turno, uno de ellos salía vencedor luego de derruir media ciudad. Si bien esas películas hoy podrían parecer algo obsoleto, nunca han faltado los seguidores y coleccionistas de esta clase de bizarradas. Y a los norteamericanos, que siempre se les da bien el tema de las destrucciones urbanas, parece corresponderle bastante una trama de este tipo. Tiempo ha pasado desde aquella nefasta Godzilla (1998) y ya era hora de intentar otra vez con los monstruos grandotes.
Difícil encontrar para esta experiencia un director más apropiado que Guillermo del Toro (Mimic, Hellboy 2, El hobbit), no sólo por su inclinación hacia el bichaje, sino porque en general no pareciera tener mayores ambiciones artísticas que las de plantear un llano y superficial espectáculo. No estamos entonces ante un planteo alegórico o metafórico como en la película surcoreana de monstruos The host (2006), ni siquiera con uno levemente vinculado a un trasfondo histórico-político como El laberinto del fauno (2006) de del Toro. Entonces a lo que vinimos: robots gigantes (aquí llamado Jaegers: en alemán "cazadores") y monstruos que se cagan mutuamente a palos. Por detrás de estas contiendas se juega la humanidad entera, pero eso no nos importa: lo principal es la gresca a lo grande.
La tensión está muy bien manejada sobre todo por la fragilidad de los pilotos -un robot sólo puede ser manejado por dos personas al mismo tiempo, que a su vez deben de estar conectados en perfecta armonía psíquica- y se agradece que del Toro no apele al montaje fragmentado y caótico -como las Transformers de Michael Bay- sino que filme las contiendas en planos más bien largos y generales. De cualquier forma, la preferencia por tomas oscuras y nocturnas, en las que para colmo también llueve, complica la distinción correcta de las dimensiones de los monstruos y los robots, y muchas tomas confunden al punto de no poder discernir claramente dónde es que empieza uno y dónde termina el otro.
Aquí el cronista no tiene tan claro si el defecto es en sí de la producción o si echarle la culpa al oscurecimiento del 3D, y aquí viene la queja: la película sólo puede ser vista en salas de nuestro país en copias dobladas al español, o subtituladas pero en 3D (en funciones más caras, y sólo a partir de las 22 hs) pero ninguna de las salas de Montevideo está acondicionada para apreciar el 3D con poco oscurecimiento y en todo su esplendor. Es decir, si quiere verse la película con el brillo y el color necesario para disfrutar y ver bien a los kaijus y a los jaeger, habrá que sobrellevar que los personajes hablen un detestable mexicano neutro. A los que en cambio opten por el 3D, se les recomienda que lleven un par de analgésicos en el bolsillo.