Titanes del Pacífico

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

Sombra del Coloso

En materia de robots gigantes batallando invasores extraterrestres, Titanes del pacífico (Pacific Rim, 2013) no sienta precedentes, pero lo que hace lo hace con ganas y energía y sin el aburrido cinismo macho de, digamos, Transformers. Esta película es tan inocente y tan espectacular que exuda un raro aire cool. La banda sonora potencia esto: está compuesta casi exclusivamente de guitarras eléctricas que repiten una y otra vez la misma entonada triunfal. ¿Cuán triunfal? Es como ver a Rocky Balboa subir las escaleras del Museo de Arte de Filadelfia durante 131 minutos.

Desgraciadamente los personajes jamás llegarán a ser tan interesantes como Rocky, o para el caso como sus robots, que pilotan contra los kaijus; o incluso como los kaijus, colosos que invaden la tierra a través de un portal intergaláctico ubicado en el fondo abisal del Pacífico. ¿Por qué la invaden? Acepten el misterio. ¿Son los robots la solución más práctica? Probablemente no. Aquí la gracia es ver robots enormes desplegando espadas a lo Power Ranger y tajando mariscos gigantes por la mitad.

El piloto protagónico es el joven, el bello, el heroico Raleigh Becket (Charlie Hunnam), salido de la escuela Maverick (“Eres impredecible, Becket, no sabes trabajar en equipo!”). Becket es sacado de retiro por el mariscal Stacker (Idris Elba) para unirse a la resistencia anti-kaiju, compuesta por un colorido grupo de estereotipos que incluye a la tímida Mako Mori (Rinko Kikuchi, la chica muda de Babel), trillizos chinos, dos rusos mercenarios, dos científicos locos y el excelentísimo Ron Perlman en un papel tan carismático como inconsecuente a la trama de la película.

El meollo de la cuestión es que no cualquiera puede pilotar un Jaeger (dícese de los robots gigantes, o mechas). Se necesita de por lo menos dos pilotos para soportar el íntimo triángulo neural entre hombre y máquina. Y no cualesquiera dos pilotos, sino parejas exquisitamente compatibles, capaces de penetrar mutuamente sus cerebros y formar El Enlace. Gran parte de la película está dedicada a la búsqueda de tal compatibilidad, ya que Becket no puede pilotar solo. La candidata obvia es Mako, que se la pasa espiándole y sonrojándose.

Desgraciadamente la película termina descartando sus propias reglas a favor de una resolución rápida y bastante predecible, en la que todo el conflicto de la historia – esencialmente, encontrar un alma gemela – es tirado por la borda con unas pocas palabras a modo de excusa. De hecho oiremos muchas excusas a lo largo de la película. El diálogo está hecho de ellas. E información, mucha información; y órdenes, muchas órdenes gritadas a alto pulmón y generalmente desobedecidas. Esta no es la película más creativa o más sutil de Guillermo del Toro, pero el pochoclo y el 3D la bajan fácil.