Titanes del Pacífico: La Insurrección

Crítica de Alan Schenone - Proyector Fantasma

Finalmente llegó el apocalipsis
Después de problemas de producción, retrasos, la partida del director de la primera entrega -y reciente ganador al Oscar- Guillermo del Toro,para pasar sólo a producir su secuela, Titanes del Pacífico: La Insurrección (2018) finalmente llegó para continuar la guerra entre los Kaijus, monstruos alienigenas gigantes y los Jaegers, robots comandados por humanos de igual tamaño con Jake Pentecost (John Boyega) entre sus filas.

La primera clara diferencia entre la película de 2013 y su secuela, tiene que ver con la falta de entretenimiento y acción en el film dirigido por Steven S. DeKnight (Daredevil 2015). Más de hora y media de película divagó en construir personajes vistos hasta el hartazgo, diálogos poco logrados y un elenco muy regular en su pobre desempeño. El sentimiento de peligro, pelea y defensa del planeta se ve perdido en un film que se centra más en desentrañar la personalidad de Jake (John Boyega), sin ningún giro o antecedente interesante tanto para el argumento de la película como para el espectador. El guiín de esta secuela de Pacific Rim (2013), es una producción muy vaga y práctica al caer en lugares comunes a la par de su narrativa: lenta y sin matices desde su puesta, tales como efectos y sonido que hacían diferente a la franquicia de las demás.

Titanes del Pacífico: La Insurrección no cuenta con grandes coreografías de combate ni sorpresa tanto por los mecha como por sus enemigos: el giro argumental pecó de predecible y muy funcional para encuadrar una trama de estructura muy débil en todos sus polos. Ni en su guión, dirección, puesta o esencia, Pacific Rim defendió lo propuesto anteriormente por Guillermo Del Toro. La esencia del día D, de estar en menos condiciones que el rival, del heroísmo en el apocalipsis y la proeza de lo imposible quedó trunco y sin consistencia. La película se acerca más a la propuesta de Transformers de Michael Bay -incoherente, recicladas con efectos con mucha espectacularidad sin consistencia y personajes olvidables- que al querido Gipsy Danger y el dramatismo con el cual comienza la película protagonizada por Charlie Hunnam y Idris Elba de 2013.

En este sentido, ni John Boyega ni Scott Eastwood estuvieron cerca de manejar la intensidad de sus personajes como así lo lograron Hunnam y Elba. Básicos, predecibles y sin ningún conflicto más allá de la superficialidad hicieron que los nuevos héroes lograran una empatía o desarrollo aceptable. No es mala la actuación de Boyega, sino que cae siempre en el lugar de interpretar el mismo papel -excepto con Detroit (2017), que mostró una faceta mucho más interesante-. El caso de Eastwood (Rápidos y furiosos 8, Suicide Squad) es un poco diferente, en un rol un poco más protagónico a los que suele acceder: no sale de actuaciones fuera del promedio y la aceptación acorde a la película, en films que oscilan entre lo mediocre o lo aceptable.

En sus 120 minutos de duración, la película nunca corre de la zona de confort al espectador ni lo nutre con lo que fue a buscar en pantalla: una pelea épica entre robots gigantes y monstruos, con grandes proezas de sus protagonistas, sacrificio y grandes efectos especiales. Titanes del Pacífico: La Insurrección no estuvo a la altura de su propuesta original produciendo una película mezquina desde su historia, personajes, pero más importante en la acción y peleas. Lamentablemente, más cercano a la idea de Bay enfocado en el marketing por producir figuras de acción que por promover una película más original, funcional y correcta para la esencia que marcó su antecesora.

Por Alan Schenone