Tierra de María

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Sobre rarezas y enigmas de la fe

Juan Manuel Cotelo era un actor y circunstancial director español de cine y TV, que se iba de montañista los fines de semana. Así conoció al padre Domínguez, un cura de enorme carisma, sencillez y simpatía, también deportista. Cotelo quiso dedicarle un homenaje con los recuerdos de quienes lo conocieron. Así surgió "La última cima", documental digno de aprecio.

Fascinado por algunos testimonios que recopiló en esa obra, y por lo que a él mismo le estaba pasando, hizo entonces otro documental de testimonios: "Te puede pasar a ti", serie de micros televisivos donde personas de diversa experiencia relatan su proceso de conversión al cristianismo. A todos les hacía la misma pregunta: "¿Seguro que estás bien de la cabeza?".

Ahora vemos el siguiente paso: "Tierra de María" nos da a conocer a unos cuantos seguidores del culto mariano, totalmente convencidos de sus creencias, y hasta de la posibilidad cierta de hablar con la Virgen. Ahí también aparece esa pregunta, como una guía que culmina en el santuario de Medjugorje, y el conjunto se hace realmente atractivo. Pero no tanto por su parte ficcional (un investigador, suerte de Abogado del Diablo, va enlazando las charlas), ni por su aliento propagandístico, su música enfática, sus ediciones al estilo del cine protestante. Esos más bien son defectos. Lo interesante está en la calma, la seguridad y la profundidad que ofrecen en sus respuestas algunos de los entrevistados. Esos momentos dejan pensativo al espectador, y justifican la película.

Críticos agnósticos dirán que el único cine espiritual válido es el de Dreyer, Bergman y Bresson. Cierto, Cotelo es medio payaso. Pero vale recordar lo siguiente. Rudyard Kipling conoció al pastor metodista William Booth, fundador del Ejército de Salvación. "¿Por qué sus miembros se disfrazan y hacen esas cosas ridículas para salir a predicar?". "Señor, si tuviera que pararme de cabeza para que la gente común se acerque a escuchar la Palabra de Dios, me pararía de cabeza". Así lo cuenta Kipling en su bellísimo libro de memorias "Algo sobre mí mismo".