Tierra de los padres

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Recitado inexpresivo de parte de la historia

«Que a mi patria la fundaron/ a golpes y cachetazos. / ¡Cuántas voces se callaron/ a machete y a balazos!», dice una canción de Piero, «Coplas de mi país», muy aplaudida en los 70, salvo unos que gritaban «Fusiles, machetes/ por otro 17», herederos de otros que años antes gritaron «Cinco por uno, / no va a quedar ninguno».

El recuerdo viene a cuento porque la obra que acá vemos pinta, precisamente, un país formado en el desprecio y el odio. Para ello selecciona algunas frases de figuras nacionales que sucesivas personas van leyendo a cámara, ante sus tumbas, sobre ellas, o recostadas contra las paredes de sus bóvedas, todas en la Recoleta. Frases como «Que de esta raza de monstruos no quede uno entre nosotros y que su persecución sea tan tenaz y vigorosa que sirva de terror y de espanto» (discurso del brigadier Rosas), «Contra los indiferentes, los anormales, los envidiosos y haraganes; contra los inmorales, los agitadores sin oficio y los energúmenos sin ideas» (Manuel Carlés, Manifiesto de la Liga Patriótica Argentina), «Primero mataremos a todos los subversivos, luego a sus colaboradores, luego a sus simpatizantes, luego a aquellos que permanezcan indiferentes, y por último mataremos a los indecisos» (arenga del general Ibérico Saint-Jean), etcétera. Bajezas de unitarios y federales se alternan al comienzo. Todos muestran la hilacha. Después no hay alternancia. Solo se leen expresiones intolerantes y rastreras de un solo sector nacional.

Pero entre medio, criticando la barbarie, surgen las voces de Juan Bautista Alberdi, José Hernández, Guido y Spano, la carta del general Valle a su verdugo, la pena del general Lucio V. Mansilla: «¡Ah!, esta civilización nuestra puede jactarse de todo, hasta de ser cruel y exterminadora consigo misma. Hay, sin embargo, un título modesto que no puede reivindicar todavía: es haber cumplido con los indígenas los deberes del más fuerte. Ni siquiera clementes hemos sido».

El recordatorio incluye expresiones racistas de algunos escritores preclaros, transcribe con suavidad el exaltado resentimiento de Eva Perón contra «la raza maldita de la oligarquía», se demora en imágenes vagas.

Puede reprocharse la ausencia de proclamas belicosas de anarquistas y guerrilleros, la inclusión de un comentario del doctor José A. Wilde sobre los mendigos profesionales de la Gran Aldea (¿lo acusarán de «criminalización de la pobreza»?), y un descuido en los epígrafes: la descripción del asesinato de Aramburu no fue anónima, en ella se vanagloriaron Firmenich y Arrostito. Toda selección es discutible. Pero también motivadora. Lástima que los lectores sean poco expresivos, displicentes, salvo uno que recita «La refalosa», de Hilario Ascasubi, detallando alegremente la vejación de un infeliz a manos de mazorqueros.