Tierra de los padres

Crítica de Daniel Cholakian - CineramaPlus+

ABRIR LAS CRIPTAS

Tierra de los padres es una película inteligente, inquisidora Y su paso por las salas constituye en un hecho estético / político / poético de una relevancia notable.

Tierra de los padres es una película compleja. Una película que a la que todo análisis de este tipo le resultará en definitiva provisorio, injusto, incompleto.

Tierra de los padres es una película sorprendente. Lo es en lo formal, pero también en las voces y los discursos que la habitan. Incluso para los que hemos tenido la suerte de leer textos variados desde la historia argentina, ciertas palabras puestas en la escena sorprenden.

Tierra de los padres incluye imágenes y palabras que muchos no quisieran ver. Que no quisieran ver porque indagan, develan, interpelan a la constitución de la Nación y la Nacionalidad, para intranquilizar, para cuestionar, para abrir caminos de crítica al conjunto de dispositivos por los que nos “han” incorporado a la historia de nuestro país y al modo en que incorporamos la misma a nuestra propia subjetividad.

A partir de un notable comienzo, que bien podría ser solamente un videoclip ingenioso si no hubiera algo más allá del título, el realizador nos introduce en el cementerio de la Recoleta. Un cementerio que además de sorprendente camposanto urbano devenido en espacio arquitectónico y turístico, es el espacio donde aguardan ciertas sombras terribles que Prividera evoca para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre sus cenizas, se levanten para explicarnos la vida secreta y las convulsiones que desgarran la historia de nuestro pueblo y que, como logra articularlo el realizador dialécticamente, llegan hasta el presente.

El modo en que esa evocación se realiza es a partir de sus textos, de textos que imponen la razón de la violencia, textos que discuten, que se integran, se presentan como los “dobles” los unos de los otros (dobles en un sentido casi borgiano). Y esos discursos que articulan con el presente y la Historia, dado que cada uno de esos textos dialoga con su presente pero se imagina proyectado hacia la historia de la patria, nos hacen llegar hasta los temas que nos habitan: la aniquilación del otro, la jerarquía de clase, el racismo, el recorrido del gaucho, de indeseable a fuente de la nacionalidad, el inmigrante, el excluido político, la desaparición como conclusión de una larga historia de invisibilidad y desapariciones. Y nos llegan en un contrapunto suave, decoroso, sutil, la voz de solo dos mujeres: Evita y Silvina Ocampo. Discutida una, discutible la otra.

Cerca de cincuenta textos cortos son leídos por otros tantos lectores, en una construcción dialéctica entre el texto y el contexto, que por momentos cobra una fuerza inusitada (por ejemplo en la lectura de la carta abierta de Rodolfo Walsh a la junta militar frente al panteón en homenaje a la “Conquista del desierto”). En ese devenir Prividera “descubre” con su mirada un cementerio que habla desde su propia arquitectura, develando la severidad de una religiosidad cómplice del poder, que vigila, que ampara y controla. Con sutileza habla de la propia relación de clase del espacio “muerto” y los trabajadores, los extraños custodios de ese pasado sin presente, pero que sigue dejando su impronta jerárquica.

Tierra de los padres es una película inteligente, inquisidora, insoslayable. Y su paso por las salas, incluyendo la increíble historia del rechazo por las autoridades del BAFICI, se constituye en un hecho estético / político / poético de una relevancia notable. Larga vida a esta película de muertos que siguen imponiendo un régimen de verdad sobre nuestra historia.