Tierra de los padres

Crítica de Blanca María Monzón - Leedor.com

UNA CITA INELUDIBLE CON LA ARGENTINA DEL PASADO, DEL PRESENTE Y... DEL FUTURO?

Por lo general una de las primeras experiencias por la que atravesamos suele ser la lectura de los libros, ya sea por obligación o por una búsqueda personal. De allí que cuando nos encontramos con personajes, acontecimientos o circunstancias semejantes, tenemos la sensación ligeramente sorprendente, y otras decepcionante, que el presente de pronto, ya se había hecho realidad en palabras, es decir, ya tenía nombre y apellido en algunos casos.
Más allá de los aspectos estrictos de comunicar, el lenguaje ha tenido y tiene la función de diferenciar no sólo las clases sociales, sino que, como estrategia formal es el modo mediante el cual se construyen las identidades nacionales.

Concretamente cada grupo social usa diferentes registros de la lengua, que modifican según las situaciones, y que sin lugar a dudas reflejan no sólo a la sociedad, sino a la cultura en la que se usa. Lo que en consecuencia determina el comportamiento de sus ciudadanos, en este caso precisamente, la de los protagonistas de la Historia, aquellos que con sus palabras y actos participaron del curso de los acontecimientos, en la constitución de una nación.

Tierra de los Padres es primero que nada un emocionante y riguroso registro de la historia hecho film que parte de equiparar ficción y realidad, entendiendo que tanto una como otra son construcciones culturales, históricas y sociales, que sólo nos dan “versiones” diversas y contradictorias de los hechos, y que en consecuencia ambas comparten estrategias lingüísticas semejantes.

Luego de escuchar la solemnidad del himno sumado a un recorte de imágenes de archivo que dan cuenta de episodios claves de nuestro país pertenecientes a los últimos 60 años, ingresamos a una experiencia radical que nos muestra algo así, como una “comunidad imaginada”, que da cuenta de un habla común, con grandes fracturas ideológicas que persisten e insisten en el tiempo.
Porque dentro de esa comunidad, representada por las tumbas donde yacen: “aquellos que supieron hablar” coexisten profundos conflictos sociales, que hoy en el 2012 tienen la misma vigencia.

Esta comunidad se hace presente en nuestro cementerio de la Recoleta, donde conviven los restos de los “que no quisieron, o no supieron callar”, porque a través de sus voces, ahora recortes claves de sus discursos, nos permiten armar una genealogía de nuestra Historia, basada en el eterno retorno de las versiones enfrentadas de los hechos, que la forman y conforman.

Versiones, cuyo intercambio a más de 200 años devienen en lúcidas conversaciones, que lejos de ser puras fórmulas vaciadas de contenido por el transcurso del tiempo, se actualizan como debates de una realidad tan irreconciliable como aterradora, casi como dardos, que se cruzan y se entrecruzan hasta conseguir el espesor necesario para la reflexión.

De allí su insistencia en recurrir al discurso literario moviéndose en una exigencia de veracidad y de eficacia apelativa, dada su fuerte vinculación con el contexto referencial contemporáneo, a la instancia de producción. Y al otorgarle al discurso ensayístico, la categoría de discurso narrativo testimonial.

Porque las ficciones históricas o políticas tanto en Argentina, como en gran parte de Latinoamérica se encuentran íntimamente relacionadas a la formación y organización institucional de las naciones. Y eso lo vemos claramente en las primeras líneas del Facundo: “! Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta…..que desgarran las entrañas de un noble pueblo!, donde un elemento ficcional, que apela en este caso a la emotividad del receptor , va a encubrir una propuesta programática como pocas.

Quizá por esto mismo su director, Nicolás Prividera cita con mucho acierto a Walter Benjamin, quien dice: “todo documento de cultura es a la vez un documento de barbarie”: ninguna civilización escapa en su construcción a la violencia. Y en esta suerte de diálogo entre los muertos somos testigos -como espectadores- de la inevitable conexión entre las producciones discursivas y las prácticas sociales.

Cada uno a su manera y con sus propias palabras -las que ahora resuenan en las bocas de otros- marca el territorio, define el control, muestra el poder y deja entrever la resistencia.

De las guerras civiles del siglo XIX a la última dictadura militar, de Echeverría, Sarmiento, Rosas, Alberdi, Mitre, Mansilla, Roca, pasando por Martínez Estrada arribando a Evita, Aramburu, Gianuzzi, Mallea o Walsh, en su memorable Carta a la junta militar: unitarios, federales, peronistas, antiperonistas, se enfrentan a ¿viejas batallas?.

Más bien, relaciones de fuerzas que se invierten al retomar los discursos, en esto que se parece a un juego, y que es nada más y nada menos que la revelación de nuestra historia y de nuestra literatura -que la funda-: la de sus máscaras y su multiplicidad de intenciones.

Porque las relaciones que la Literatura establece con la Historia y con la realidad son siempre inseparables, porque es la materia con las que trabaja, materiales ideológicos y políticos, que ésta moldea, transforma y disfraza.

¿Será posible luego de tantos enunciados, encontrar una interpretación racional, un renunciamiento a los propios intereses, para que este documento supere alguna vez la connotación de la barbarie?

Tenemos la experiencia, pero aún no sabemos muy bien qué hacer con ella.

Tierra de los Padres tiene tanta fuerza narrativa como formal. Así como en M , su director filmaba la búsqueda de datos sobre su madre desaparecida, con un resultado contundente, donde había una crítica no sólo al cine argentino, sino a los organismos de derechos humanos y a los militantes. Prividera vuelve nuevamente a distanciarse de los discursos conocidos, reconocidos y muchas veces anacrónicos, redoblando su apuesta en ambos sentidos, y retorna a ser esa especie de puente entre las generaciones, aunque el acto de narrar lo comparta en este caso, con diferentes hombres y mujeres que aparecen y desaparecen como fantasmas de una doble escena, la del cementerio y la de la Historia, la visible y la invisible a los ojos, pero permanente en la memoria: la de la infraestructura ubicada en el centro de la metrópoli y la del verdadero cementerio, que es nuestra memoria, en palabras de Rodolfo Walsh.

Historia, literatura, discursos, palabras célebres, malditas, amadas, repudiadas, responsables de prácticas solidarias, fraternas, asesinas, generosas, mezquinas, de color celeste y blanco como la bandera, roja como la sangre, como tanta sangre derramada en vano, figura a repetición del Matadero, o amarilla-rojiza, como el sol que entra en nuestro río marrón.. Testigo mudo… en ese sobrevuelo final por nuestro Buenos Aires querido, mientras escuchamos Va Pensiero de Verdi en un final realmente emocionante como pocos, donde todos los sentidos confluyen.

La realidad se encuentra armada de ficciones. Y la Argentina es un espacio donde el discurso del poder ha adquirido en muchas oportunidades la forma de una ficción criminal, no meramente discursiva, claro está. Y la Patria lo demuestra.

No se pregunten por qué Tierra de los Padres no fue programada ni en nuestro Festival Internacional de Mar del Plata. Y por favor! mucho menos aún, (por doblemente inexplicable) en nuestro querido Bafici.

Gócenla!

Esta es una prueba más de los entrecruzamientos de la realidad, de los absurdos enfrentamientos y exclusiones, que la inevitable asociación deseo, saber y poder da lugar.

Exclusión inentendible. Momento preciso para duplicar la lectura y sentido del film, por mínima, vital y móvil metáfora del uso inadecuado del poder: llámese costumbre de beneficiar (siempre) primero a los amigos. Sana costumbre, sin excesos.