Tiempo muerto

Crítica de Victoria Curia - EscribiendoCine

Chapado a la antigua

El documental de Baltazar e Iván Tokman, Tiempo Muerto (2010), tiene propósitos genuinos, pero recurre a técnicas y argumentos vetustos que lo estancan en las buenas intenciones.

En básquet, la estrategia que le sirve de título a la película consiste en solicitar algunos minutos para planear la siguiente jugada. Según una superstición, esto puede cambiar el curso del partido, pero estadísticamente es erróneo, de hecho, refuerza el juego del partido que iba ganando aunque no sea el que lo solicite. De la misma manera, Tiempo Muerto parece creer que el tono nostálgico, la simplificación y ciertas herramientas tipificadas construyen una declaración reveladora, pero este no es el efecto que consigue.

La narración gira en torno a los jugadores que integraron el equipo argentino de básquet que se consagró campeón mundial en 1950, tras ganarle en el Luna Park a Estados Unidos, haciendo foco en la persecución política que sufrieron durante la Revolución Libertadora. La acusación radicaba, por más ridículo que parezca, en el aparentemente excesivo profesionalismo del equipo dentro de un deporte considerado amateur. Al lado de esta, al parecer, intolerable falta, un permiso entregado por Perón, antes de su derrocamiento, para que los jugadores pudieran importar un auto le hizo saltar la cadena a Aramburu tanto como para suspenderlos de por vida.

Se trata de una de las decisiones políticas más absurdas de la historia, y algo que escapa tanto a la racionalidad resulta muy difícil de plasmar en un documental, dado que no hay argumentos dentro de los límites de la lógica que puedan servir como contestación. Es por eso que la película por momentos se vuelve un anecdotario nostálgico de historias de vestidor, adolescentes deportistas que se esconden tras las gradas a fumar y chistes viejos en asados domingueros. A su vez, la imposibilidad de argumentación, también la lleva a caer en una serie de lugares comunes: por un lado, la utilización de técnicas muy homologadas en el género documental como montajes con tapas y titulares de diarios acompañados por una música dramática; por otro lado, el intento de crítica se opaca cuando las posturas de cada uno de los jugadores se simplifican al enunciar: “soy radical”, “soy socialista”, “soy peronista de Perón”, e incluso “soy apolítico”. Este gesto elimina toda posibilidad de argumentación posterior, ya que engloba y homogeniza en una palabra lo que podrían llegar a decir después.

A pesar de la tentación a vincular el título con la atemporalidad que caracteriza a la realización del documental, el planteo inicial de Tiempo Muerto sostiene a la película y, al mismo tiempo, los protagonistas se presentan como cercanos, permitiendo una cierta compenetración. Pero, a fin de cuentas, eso no le alcanza para construir argumentos fehacientes ni para postular propuestas innovadoras.