Tiempo de caza

Crítica de Nicolás Chiesa - Cinematiko

Es posible que años atrás un estreno llamado Tiempo de caza, interpretado por Robert De Niro y John Travolta, hubiera sido un boom de taquilla y un infaltable en el TopTen de fin de año en el cine de acción. Pero lo dicho: todo eso si se hubiera estrenado quince, veinte años atrás.

Pero el tiempo pasa. Pasa para el cine de acción, para sus protagonistas y, sobretodo, para los espectadores. Si comenzamos de atrás hacia delante, ¿son estos dos (¿ex?)monstruos del thriller referentes para la muchachada que llena las salas de hoy. Decididamente no. Johnny Travolta trascurre años en el candelero con buenas películas y desaparece otros en los que nadie sabe qué hace. Siempre fue así. Lo de De Niro es aun peor. Los jovencitos más irrespetuosos lo pueden tener como un aceptable comediante (¡justo él!), rotulo que se vio puesto en serio riesgo después de la incomprensible La gran boda, donde compartió el papelón junto a otros astros de aquellos años tan lejanos.

¿Y qué hay del cine de acción? Seamos francos. El cine de acción ya fue. Al menos, fue como cultura. Fue como lo fue el rock and roll, como lo fue el picado en el potrero (¿?). En tiempos donde las cosas han cambiado y los gigantes del cine intentan comprender cómo funciona el mundo fuera de los estudios, el director Mark Steven Johnson lanza a cámara un film extraño que combina la propuesta del cine más tradicional de acción con un drama de reflexiones complejas sobre el ser humano, su innata violencia y qué sucede con el después de las guerras más sangrientas.

Es posible que la propuesta sea interesante y seduzca a muchos de aquellos que estén leyendo estas líneas. Al fin de cuentas, Rambo, la primera, la genial, no era más que eso: un excombatiente que se encuentra de regreso en su tierra averiguando cómo se retoma una existencia normal. Tiempo de caza parece acercarse a ese planteo en muchos aspectos: punto de partida, escenario, clima, estética. Desde su argumento plantea la búsqueda de venganza de un genocida serbio gatillado por un marine en su propia tierra. Décadas después, el serbio llega a Estados Unidos a cobrarse el pasado. La idea madre que Johnson trafica es sencilla: Estados Unidos planta guerras afuera y quiere ser amo y señor que indique comienzo y fin de la carnicería. Pero eso, tan sencillo en los papeles, puede complicarse en la realidad. Un planteo rico. La puesta del film, en cambio, será más lineal: una larga escena con estos dos personajes intercambiando palabras y torturas varias.

¿Qué falla en la película? Aquello que en Rambo funcionaba tan bien: los momentos de diálogo (en el film de Stallone, mínimas y excelentes líneas pop), las secuencias de acción (aquí violentísimas) y la transición de una a otras. Los giros narrativos, por llamar de algún modo a esa tortura alternada, se vuelven repetidos y previsibles. A estos tipos veteranos de guerra se les escapa el enemigo demasiadas veces por ataduras mal hechas; viejo recurso que deschaba a los filmes mediocres.

Lo que falla, entonces, es la forma. Qué problema. Porque el cine, como experiencia dentro de una sala, es forma; las ideas habrán quedado en los bosquejos de guión, en el rodaje, pero es imposible disfrutarlas/analizarlas frente a la pantalla. En el cine se ven escenas, no ideas. Quienes se resisten a comprender esto, deben ver Tiempo de caza. Y entonces se convencerán.