Tiempo de caza

Crítica de Adrián Monserrat - Cinescondite

Si uno se precipitara a adelantar palabras, ya sea por la atracción que genera una dupla de actores prestigiosos en el cine de acción y respetados por la industria cinematográfica o bien por saber que se trata de un duelo de "quien caza a quien", podría entusiasmarse al punto tal que nada estaría al alcance de dicha expectativa.

Benjamin Ford, interpretado por el siempre tan eficiente Robert De Niro, es un veterano de guerra que en su haber presenta un vendaval de batallas que impactaron bruscamente en su forma de ser. Agotado de tanta sangre, lucha y con sus años a cuestas, decide alejarse de su familia y priorizar su propia armonía. La historia transcurre en una región aislada de todo tipo de civilización, donde predominan los paisajes exóticos, los animales y las armas de caza. En este sitio es en donde vive, desde que se retiró de sus funciones, dicho ex soldado tratando de buscar aquello que siempre añoró: cambiar las tareas que le empleaba a su arma, pasando de ser un instrumento de destrucción a tan solo un elemento de distracción.

Los días de Ford eran rutinarios –las primeras escenas de su estadía así lo demuestra–, donde la paz que vislumbraba encontrar era un hecho fehaciente, o por lo menos eso era lo que pensaba. Todo marchaba en los carriles de la normalidad, cuando el trayecto de este estadounidense se ve ofuscado por la aparición de un turista europeo, al cual lo hospeda en su hogar y, tras largas charlas e intercambios de ideales, logran entablar una amistad impensada. Este sujeto, llamado Emil Kovac y caracterizado por un John Travolta casi irreconocible, tanto por el acento que emplea –parecería que hubiese vivido mucho tiempo en Europa del Este– como por su apariencia, se había destinado a encontrar al soldado que estuvo a punto de asesinarlo en la guerra de Bosnia y, al hallarlo, no iba a hacer otra cosa que alcanzar el máximo sufrimiento en su víctima.

A partir de allí, el film mantiene un hilo conductor que busca, malogradamente, entretener durante los casi 90 minutos de duración, ya que indaga en la tipicidad del juego del "gato y el ratón" y, con escenas fuertes –un flechazo atravesando la boca del actor de Face/Off es de lo mejor de la cinta–, denota una intención, por parte de la dirección, de tratar de generar una empatía subyugante para lograr persuadirlo.

Hasta aquí podríamos decir que, con el panorama expuesto, estarían todos los condicionamientos dados para que esta película se destaque ampliamente, salvo por un detalle que no podemos dejar pasar desapercibido bajo ningún tipo de concepto: su director. El señor Mark Steven Johnson nuevamente logra decepcionar con un film, tal como sucedió con Daredevil en el año 2003 y, cuatro años después, con la primera parte de Ghost Rider. La manera en que se cuenta esta historia no expone originalidad, no abarca nuevas sintonías en la funcionalidad del género y deja varios acertijos sin explicaciones –jamás se entendió cómo y porque Kovac tardó tanto en tratar de ejecutar su venganza–. Vale la pena destacar que el tibio guión estuvo en manos de Evan Daugherty, nombre que escucharemos bastante seguido durante el próximo año ya que fue el encargado de adaptar Divergent –con el protagónico de Shailene Woodley– y fue el responsable de escribir el libreto de la nueva versión de Teenage Mutant Ninja Turtles, producida por el locuaz Michael Bay.

De esta manera, y con los sinsabores de un film que daba para más, nos atinamos a enmarcar que pese a tener un dúo de excelencia, con una temática de interés general y un guionista muy prometedor, siempre existe en Hollywood una excepción a toda regla, donde aquel que termina siendo cazado no sería ninguno de los protagonistas –independientemente de lo que ocurra en la película– sino el propio público que se ve envuelto en una nueva desilusión.