Thor: Un mundo oscuro

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Ya dijimos varias veces que en términos de franquicias el mundo Marvel es en realidad un universo aparte. Cuando el año pasado “Los Vengadores” se convirtió en Estados Unidos en la segunda producción más taquillera de la historia detrás de “Avatar” (2009), todos entendimos la retroalimentación de la cual hablamos antes.

Mientras siga existiendo una sala de cine y espectadores, Marvel depende sólo de sí misma para sobrevivir. No necesita nada más que argumentos tan sólidos como los de los cómics respetando a los fanáticos con sus premisas: no salirse nunca de la idiosincrasia de sus personajes, en especial la base “mitológica”, sobre la cual están construidos y, sobre todo, tener la pericia suficiente para concatenarlos inteligente y sutilmente hasta que sea el momento de verlos juntos nuevamente. Tanto el Capitán América, Hulk, Iron Man y ahora Thor saben cada uno de la existencia del otro, saben de la institución que los amontona (S.H.I.E.L.D.) pero se mantienen en sus propios carriles frente a algún episodio que los tiene como protagonistas exclusivos.

En “Thor” (2001), Kenneth Brannagh supo manejar ese mundo de los dioses escandinavos y sus conflictos dotándolos de un aire shakesperiano, mientras que Josh Weddon, el co-director, se abocó a utilizar y dosificar esos elementos para darle lugar al espacio ocupado por el comic, o sea que, sin olvidar que por más mitología nórdica presente en los nombres, este producto es de superhéroes, por ende Thor debe poder convivir con eso.

Bajo esta línea analítica es lógico pensar por qué el Dios del Rayo va lentamente saliendo de Asgard para ir adaptándose a la Tierra con sus criaturas del bien y el mal, matizado además por una historia de amor muy concreta. La industria lo necesita aquí abajo porque es donde están todos los demás integrantes de la franquicia así el conflicto de Asgard ocurre allí, pero se resuelve en nuestro planeta.

En “Thor: Un mundo oscuro” todos los personajes anteriores aparecen dispersos de la columna central del argumento original. Diezmados podría decirse. Loki (Tom Hiddelston) quedó suelto y discute con Odín (Anthony Hopkins) el poder, mientras Thor (Chris Hemsworth, que como actor es bien musculoso) trata de poner mano dura en los nueve reinos para traer la paz. En la tierra, Jane Foster (Natalie Protman) quedó con el corazón roto y su ayudante Darcy (Kat Dennings) es la única actualizada de los fenómenos climáticos sospechosos, porque el profesor Erik Selvig (Stellan Skarsgård) anda desnudo por ahí vociferando profecías a la policía. Para colmo, un arma antigua y poderosa cobra vida a través de Foster merced a una inminente alineación de planetas que afectan la gravedad y las dimensiones abriendo portales por todos lados. Como guinda del postre, una raza milenaria de uno de los reinos despierta con ganas de recuperar su arma para romper planetas.

No está mal como elaboración del caos.

Buen trabajo de Christopher Yost, Christopher Markus y Stephen McFeely para ordenar el mazo de cartas bajo la notable dirección del casi novato Adam Taylor. Mejor dicho casi novato en cine, pero de vastísima experiencia en TV con varios episodios de “Game of Thrones” (2011) como antecedente necesario para esta segunda parte. Taylor mueve algunas piezas del equipo pero la estructura y el sistema se mantiene firme. De esta forma, por ejemplo, aparece el humor (antes casi no estaba), hay un buen manejo de la gran cantidad de personajes porque nunca se pierde el punto de vista, y una vez más se entiende (como casi siempre en Marvel) que los efectos visuales deben estar al servicio de la narración de la historia.

El realizador deja al elenco hacer lo suyo, pero además lo potencia como en los casos de René Russo o Kat Dennings. Ni hablar del estupendo Tom Hiddelston que no necesita poderes y efectos rimbombantes para componer un villano. Su actuación permite al espectador sentir la presencia maligna en forma constante y sostenida.

Una segunda parte que como pocas veces sucede, troca virtudes de la primera por otras igual de efectivas para terminar de redondear un producto digno del cine espectáculo, bien contado e ideal para alimentar lo que se viene en los próximos tres años. Hay Marvel para rato.

Lo último. No es invento de Marvel, pero quédense hasta el final de los créditos principales y luego hasta el final, final. Son dos escenas más.