Thor: Ragnarok

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

El éxito de la primera entrega “Guardianes de la Galaxia”, el furor que generó “Deadpool” y el tono que llevó al éxito a “Spiderman: De regreso a casa” parecen haber establecido un cambio en la fórmula mágica de Marvel: ahora, parece que todo el cine de superhéroes debe ser comedia.

En rigor, la comiquera devenida en titán de la industria cinematográfica siempre utilizó una batería de pullas y “one liners” irónicos que a menudo cargaban de inverosimilitud sus películas (imaginen que enfrentan un monstruo galáctico que quiere conquistar el mundo; imaginen que lo hacen mientras cuentan chistes de salón), pero eran parte del juego, un juego que por lo demás era solemne, y se encargaba de trazar alegorías “importantes” cuestiones sociales y políticas (el terrorismo, básicamente).

Pero en algún punto el universo cinematográfico ideado por la compañía comenzó a parecer algo anabolizado, rígido: “Deadpool” (una producción de Fox) y “Guardianes de la Galaxia” (imaginada como una película menor pero finalmente la bandera de la comiquera) fueron la subversión que abrió el subgénero a nuevas posibilidades, y permitió tomar distancia de la versión oscura de los superhéroes que continúa empujando la rival de Marvel, DC.

“Los Vengadores” seguramente sostendrá el intento por ser una película “importante” (y ahora llega “Black Panther”, otra que seguramente lidiará de manera soslayada con el racismo y otras deudas sociales) pero para el resto de las cintas, Marvel parece haber relajado su enfoque: y en su tercera entrega, “Thor” es la principal beneficiada de este pequeño giro hacia la comedia. La saga nórdica siempre funcionó mejor en sus momentos humorísticos que cuando caía en los lugares más comunes del pesado drama con sobretonos shakesperianos: que el humor funcione bien en la saga seguramente tiene algo que ver, también, con el hecho de que lo que se ponía en juego siempre era “el universo”, defendido por adultos utilizando unos disfraces ridículos en unos paisajes absolutamente artificiales. Mejor reírse de eso que intentar volverlo dramático.

Eso hace Taika Waititi, el cineasta neocelandés, en “Ragnarok”: el humor, sin embargo, parece por momentos algo prefabricado, Chris Hemsworth no brilla como comediante, Cate Blanchett construye una villana interesante pero en definitiva olvidable (diferente pero, al final, igual), Hulk aparece un rato pero sus apariciones son bastante menos inspiradas que en otras entregas, y la película intenta demasiado congraciar a una estrella de Hollywood como Tom Hiddleston con el público en lugar de aprovecharlo como delicioso personaje bidimensional, y allí residen varios de los problemas de la cinta. Esa falta de travesuras (visuales y morales) quitan vitalidad al humor, frescura a lo que es comedia solo en las palabras, en el guión, y en rigor es una cinta marcada por los set pieces, las piezas de acción que obligatoria y mecánicamente se reproducen cada equis cantidad de tiempo (por si el público se aburre).

El espectáculo visual es el esperable de una producción de 180 millones de dólares, es decir, impresionante, pero también sufre de mecanicismo: a pesar de los fuegos artificiales (literales) que inundan la pantalla, nada asoma demasiado novedoso o creativo a la hora de las coreografías, o quizás nos estemos acostumbrando demasiado a este estilo de filmes donde las batallas transcurren en un 90% con una pantalla verde detrás (no es de extrañar, en este sentido, el regreso del gran cine a los efectos prácticos).

De manual también es la inclusión de música “ochentosa”, tanto en los hits elegidos para los momentos de acción como en la banda sonora compuesta por Mark Mothersbaugh, cargada de sintetizadores: ojo, dan ganas de aplaudir y rugir de entusiasmo estas irrupciones en algún momento, pero lo predecible y repetitivo del recurso ha comenzado a quitarle peso emotivo.

A pesar de los aspectos más formulaicos (notorios particularmente ante la cantidad de proyectos por año que tenemos: Marvel sola ha lanzado tres películas este año) la película es ágil y divierte, un plan bárbaro para el fin de semana, aunque este divertimento, otra vez para Thor, carece de verdadero peso emocional: porque otra vez, es algo demasiado abstracto (Asgard, un pueblo que vive dentro de una computadora) lo que está en juego.