The Unicorn

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Probablemente si The Unicorn no hubiera ganado la Competencia internacional del último Bafici, hoy no se estrenaría comercialmente -en la Lugones, barraca cinéfila, tal vez sí-. Su personaje central es Peter Grudzien, músico que ganó respeto por el álbum que da título a la película. Y algo de renombre: fue el primer long play, allá por 1974, de música country gay.

Pero no crean que el documental de la francesa Isabelle Dupuis y el estadounidense Tim Geraghty se queda en eso. Grudzien es un personaje y no por homosexual, sino por lo que fue su vida y cómo lo encuentran los realizadores, que rodaron el filme entre 2005 y 2007.

Las primeras imágenes relatan su deseo de quedarse allí, en la casucha en el barrio de Queens, Nueva York, que es donde transcurre casi todo el filme, cuando tres primos intentan convencerlo de vender la propiedad en la que vive con su padre Joseph, casi centenario. A éste lo desean mandar a un asilo, y a Peter, “a vivir donde quieras”.

Y donde quiere vivir este tipo, que fuma en pipa, que entre tantos cachivaches que acumula en su hogar -bandera confederada de los Estados Unidos incluida- es allí. El que guarda el master original de The Unicorn “por si quiero hacer más copias”. Quien cree tener una reputación (“no sueno en emisoras comerciales, así que soy independiente”), que asegura que no sale más que para tocar en algún club nocturno -en el que tiene que leer las letras de las canciones, mientras la gente juega al billar sin prestarle mayor atención-. El que afirma “no celebro ni Navidad ni mi cumpleaños. La única fiesta que celebro es el Día del Orgullo gay”. El que sentencia que “la música es lo más importante de mi vida. Es mi forma de comunicación”.

Y quien, cuando recuerda los electroshocks que le aplicaron para “curar” su homosexualidad, inmediatamente repite: “Me encantó. Me encantó. Lo disfruté. Pasé un año drogado”.

Peter, vemos, no vive solo con su padre. Bueno, en realidad el Sr. Grudzien, que trabajó de minero desde niño, vive casi en un sótano. “Tengo un candado, no tengo que verlo”, se tranquiliza Peter, que tiene una grabadora -a casette- “para mostrar a la policía si él empezó la pelea”. También vive Terry, su hermana gemela.

Terry intenta conocer a alguien. “Pero están todos casados… Tendré que sonreír al psiquiatra”, se lamenta. Es esquizofrénica. “No me quisieron mi padre, ni mi madre, ni mi hermano”, mira a cámara. Usa pelucas. Se hizo cirugías plásticas en los ‘70 y ’80, porque “era Frankenstein”. “Era un dolor de cabeza”, esgrime el padre, quien remata que “a veces la vida, no vale la pena”, hablando de su hija. Y así.

Pero hay fotos en las que se ve a los hermanos, de niños, felices. Todo tiempo pasado fue mejor para los Grudzien. O tal vez no.

The Unicorn no trata de un genio musical cuya vida empeoró. Aborda una familia disfuncional, a la que el rencor y el poco amor los marcó de por vida. Hasta que la muerte los separe.