The Master

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Antes que la reconstrucción de los orígenes de la Cienciología, "The master" expone la compleja relación entre dos hombres que nunca terminan de conocerse. Nuestro comentario.

The Master -palabra que en inglés puede significar tanto "el maestro" como "el amo"- no es ni una destrucción ni una exaltación de Ron Hubbard, el fundador de la Cienciología, esa religión de ricos y famosos que cuenta entre sus adeptos a Tom Cruise y John Travolta.
Sin bien toma muchísimos elementos de la vida de Hubbard para componer al personaje de Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), lo que le interesa a Paul Thomas Anderson (Magnolia, Petróleo sangriento) es precisamente las condiciones de amo y maestro, y para que se ejerzan ambas hace falta otra persona, alguien que encarne al esclavo y al discípulo.
Esa dupla es la que forman Dodd y Freddie Quell (Joaquin Phoenix) y la relación que se establece entre ellos va todavía más allá porque incluye componentes indiscernibles de amistad, rivalidad y necesidad mutua, a lo cual se suma la decisiva influencia de la tercera esposa de Dodd, Peggy, interpretada por Amy Adams.
La película tiene una ambición de relato histórico: empieza con el fin de la Segunda Guerra Mundial, y en la figura de Quell concentra buena parte de los traumas de los soldados que tuvieron que volver a integrarse al sueño americano después de haber atravesado semejante pesadilla. Quell sufre varias perturbaciones físicas y mentales, camina medio encorvado, se ríe cada dos palabras y es adicto a emborracharse con combustibles y otros líquidos nada saludables. Más que haber perdido todo en la guerra, parece haberse perdido a sí mismo y sentir una especie de tentación por el abismo que lo lleva a comportarse como un loco en un país que acaba de inventar la fórmula de la felicidad: el capitalismo consumista.
El momento del encuentro entre Dodd y Quell se da en un barco no inocentemente llamado Alethia ("verdad", en griego, en el sentido de despertar y descubrir), pero es toda una sutil declaración de principios del director que la relación entre ambos se origine en el brebaje de Quell, lo que puede leerse como un comentario irónico sobre el rol de la drogas en la Cienciología.
Mientras desarrolla esa relación en sus distintos avatares, Anderson no reduce sus personajes a caricaturas ni a un catálogo de trastornos psicopatológicos; tienen obsesiones, tienen síntomas, sin dudas, pero sus personalidades, tanto la de Dodd como la de Quell, desbordan esas limitaciones, se vuelven tan grandes (o tan pequeñas) como la vida misma, y por eso nunca terminan de conocerse. La manifiestación de esa insondable grandeza en la pantalla puede ser el primer plano de una planta de repollo, el desierto de Arizona atravesado por una moto o la estela espumeante de un barco en el océano.
The Master se concentra en la etapa inicial de la Cienciología, a principios de la década de 1950, cuando aún no era una religión sino un método de superación personal llamado Dianética; de allí que se le dedique tanto tiempo, tal vez demasiado, a las sesiones de sanación a las que es sometido Quell y cuya eficacia resulta por lo menos dudosa.
En un mundo donde se impone un fundamentalismo progresista que sólo distingue entre el blanco y el negro en cuestiones morales y políticas, es probable que se acuse a Anderson del pecado de omisión, por no denunciar los aspectos oscuros de lo que después se convertiría en una prueba definitiva de que no hay mejor negocio que una religión. Sin embargo es mucho más lo que la película gana en verdad humana con esa omisión de lo que pierde en verdad documental.