The disaster artist: Obra maestra

Crítica de Juan Pablo Cinelli - Página 12

Declaración de amor.

Una película mala puede resultar más entretenida que una buena. Cierto, aunque esto sucede por motivos contrarios a aquellos que motivaron a sus creadores, ya que la diversión surge del carácter fallido de la obra, de sus defectos involuntarios convertidos en gags que se vuelven maravillosos a fuerza de ir en contra de lo que indican las leyes del buen cine. Algo así ocurre en la Argentina con la película Un buen día (Nicolás del Boca, 2010), que ha motivado “grupos de apreciación” y proyecciones públicas que se llenan de fanáticos dispuestos a celebrar sus gaffes como si se tratara de una de las mejores comedias del cine nacional. Y tal vez lo sea. The Disaster Artist: Obra maestra es el trabajo más reciente del actor James Franco como director, oficio en el que también tiene una carrera prolífica. La misma está basada en la película The Room (2003), creación de la cual es responsable el hasta entonces ignoto Tommy Wiseau, que llegó a convertirse en uno de estos films de culto en los Estados Unidos justamente porque no hay en él ni una sola cosa que esté bien. Lo cual es muy difícil: si alguien se propusiera hacer adrede todo lo que Wiseau hizo mal sin darse cuenta, el resultado no sería tan desastroso como The Room. Pero tampoco tan divertido y ahí está su atractivo.

En The Disaster Artist Franco reconstruye el vínculo entre Wiseau y Greg Sestero, un adolescente que aspira a ser estrella de cine con quien se conocen en un taller de actuación. Sestero queda deslumbrado por la falta de pudor con que Wiseau encara los ejercicios dramáticos, confundiendo ese desprejuicio evidente con una muestra de talento que no es tal. A pesar de una diferencia de edad que es notoria en lo físico pero no tanto en la candidez con que los amigos ven al mundo, Wiseau y Sestero se mudan a Hollywood a expensas económicas del primero, que parece disponer de una cuenta bancaria inagotable. Pero mientras Sestero va consiguiendo sus primeras y modestas oportunidades, Wiseau no deja de acumular rechazos. Lo que los separa no se encuentra dentro del orden del talento, sino que se trata de una mera cuestión estética, porque en tanto el joven Sestero encaja en el patrón de belleza cinematográfico, Wiseau es un tipo de rostro contrahecho y aspecto extravagante. Como las cosas no avanzan tal como ambos ilusamente preveían, deciden hacer su propia película, escrita, dirigida, protagonizada y producida por Wiseau. Esa película será The Room.