Tesis sobre un homicidio

Crítica de Martín Iparraguirre - La mirada encendida

El problema del énfasis

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El primer estreno argentino del año resultó ser un thriller, género que por estos días domina las carteleras comerciales de la ciudad, aunque con suerte bien dispar: Tesis sobre un homicidio, de Hernán Goldfrid, puede servir como ejemplo de los límites que suele encontrar el cine argentino a la hora de apropiarse de las tradiciones norteamericanas, cuyo desarrollo ya casi centenario y alta productividad garantizan un piso de calidad que aquí resulta difícil de alcanzar. Coproducción con Tornasol Films y el instituto de cine de España, basada en una novela homónima de Diego Paszkowski, el filme de Goldfrid configura un intento fallido por imitar los cánones de producción hollywoodenses (con El secreto de sus ojos como gran modelo), entre otras razones porque falla allí donde el cine industrial tiene los engranajes más ajustados: la construcción del verosímil, el manejo de los códigos y de la información, la organización de la puesta en escena y el montaje, la administración del suspenso y su resolución. Aunque se diría que el problema mayor finca en cierta desconfianza patológica de los realizadores en el espectador, que los lleva a volver obvio aquello que debería ser sugerido, a cerrar posibilidades y obstinarse en tutelar la mirada y la interpretación, con lo que Tesis termina siendo un filme enfático y redundante pese a su final abierto, que en realidad sirve para desnudar la frivolidad de toda la propuesta.

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Como en el sobrevalorado filme de Juan José Campanella, Tesis tiene como protagonista a un abogado (interpretado también por Ricardo Darín, con la suficiencia acostumbrada), aunque ahora retirado y en el rol de reputado profesor de postgrado, que pondrá todo en riesgo por la obsesión que le despertará un crimen perpetrado en su propia facultad, casi al frente de sus narices. Las primeras imágenes son un indicio de la propuesta formal: primeros planos de una moneda y diversos objetos que se irán abstrayendo a través del desenfoque, ostentando cierto enrarecimiento de la mirada subjetiva que replica, hasta la irrupción de un plano en contrapicado de la habitación, que yace llena de libros y papeles desordenados, con nuestro protagonista tirado en un sillón. Los signos son claros y la lectura es inequívoca: algo malo ha sucedido, y la narración regresará para mostrarnos cómo se llegó a esa situación. A diferencia de la obra original, aquí la mirada de la película será la del profesor Roberto Bermúdez, que en su primer día de cursado encontrará entre sus alumnos al hijo de un amigo radicado en España, llamado Gonzalo Ruiz Cordera (Alberto Ammann), que se declarará admirador suyo aunque expondrá una tesis inquietante: la Justicia responde a los poderes establecidos y funciona según sus intereses. Es más, completará en otro pasaje, la moral y la ley son construcciones humanas para intentar domar el caos que constituye el estado natural del mundo, donde la anarquía es única norma. Estos pensamientos bastarán para colocarlo como sospechoso de la violación y el asesinato de una joven que se descubrirá en el estacionamiento de la facultad, al menos para el profesor que se obsesionará en su indagación. Y es que un pasado desconocido une a ambos hombres, ya que uno podría haber sido amante de la madre del otro, aunque a través de la mirada de terceros Goldfrid y el guionista Patricio Vega sugerirán la posibilidad de la paranoia: ¿es verdaderamente el juego de ajedrez en el que Bermúdez cree estar inmerso por voluntad del asesino o se trata de la propia locura generada por él mismo (que además ha vivido otros episodios similares en el pasado y está en cierta crisis con su ex mujer)? Para complicar las cosas, la hermana de la víctima (Calu Rivero, que es pura afectación) aparecerá como amante potencial de ambos, y eventualmente como apetitosa carnada para el matador.

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Formalmente convencional, y afectada de cierto didactismo, Tesis sucumbe ante la preeminencia de un guión que no deja nada librado al azar: los diálogos, pretenciosos y a veces inverosímiles por su sesgo literario, exponen las interpretaciones correctas y conspiran contra la imaginación. Decisión que es correspondida por una preeminencia formal de los primeros planos, que dirigen la mirada del espectador y enfatizan los signos a interpretar, o por motivos metafóricos y alegorías que se vuelven redundantes (ver la escena en el museo, donde las obras -no sólo el cuadro de Picasso-, son utilizadas para exponer las ambigüedades de los personajes). A lo que hay que agregar una banda de sonido casi omnipresente, dominada por los acordes de piano y cuerdas. Hasta las referencias están calculadamente dispuestas (así como también las publicidades de diarios, gomas, autos, farmacias, etcétera): un plano secuencia en contrapicado del cuerpo de la víctima, que bajará hasta convertirse en un picado del profesor examinando la escena, basta para citar a Hitchcock o a De Palma, aunque luego la película les hará poco honor. Y es que el problema no está necesariamente en todas las características nombradas, sino en la forma en que están dispuestas: después de todo, la clave del policial siempre fue la forma de suministrar u ocultar información, aún jugándole ciertas trampas al espectador (materia en la que Tesis también abusa). Pero aquí todo es obvio y forzado, precariamente construido, a veces mal resuelto: la escena final en un show de Fuerza Bruta (que replica la escena en la cancha de fútbol de El secreto) explicita una decisión narrativa, confundir formalmente al espectador para lograr la ambigüedad que la película había elegido desechar. Paradójicamente, necesitará aún de otro plano para reforzar aquella incertidumbre que no había podido construir, aunque éste ya no tendrá ninguna justificación.

Por Martín Iparraguirre (Copyleft 2013)