Terror en lo profundo 3D

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Soy yo. Evidentemente soy yo el que está provocando todo esto con una energía extraña. El año pasado, al término de “La profecía del 11-11-11” sostenía que 2011 para el género del terror era insalvable. Claro, cuando uno está resignado a una sentencia como esa no queda otra que juntar fuerzas, inspirar profundamente contando hasta diez, y poner todas las expectativas y esperanzas en el año siguiente. Por otro lado, ya tenía instalada la idea de que no podía ser peor.

Empezó el 2012, y ahí estaba, filosa desde el afiche la mandíbula más terrorífica de la historia del cine. Agresiva, amenazando con repetir la fórmula por centésima vez, provocando que los bostezos sean iguales, o más grandes, que la apertura bucal del escualo en cuestión.

Para el terror el 2012 arrancó con “Terror en lo profundo”, una de tiburones con un argumento que no resiste ni el primer minuto de análisis, desde que vemos a un tiburón y una rubia estableciendo el cuadro de situación. Con el infaltable plano subjetivo ella es acechada, mordida, sacudida y desangrada, en una escena calcada de la de Spielberg (“Tiburón”,1975), excepto porque es de día y porque en un signo de originalidad los guionistas decidieron sacar al dientudo de su hábitat natural y meterlo en un lago. O sea, en agua dulce, porque un animal así atacando en una playa es muy trillado ¿Se da cuenta?

Si empezamos desde ese disparate imagínese lo que es después. Nobleza obliga, consulté al Club Pescadores de Buenos Aires donde me confirmaron que si bien son muy, muy remotas, las posibilidades, puede que algún tiburón se adentre en aguas dulces conectadas con el mar. Claro que en el lago en cuestión habitan 46 ejemplares, incluso de las especies más sofisticadas.

La presentación de los personajes en este género es lo suficientemente repetida como para pertenecer a cualquiera de la saga “Scream” (1996-2011) e incluso la de “American Pie” (2001-2007). Seis o siete guiños al lunfardo de ahora, diálogos superfluos para trazar bocetos de personalidad, y un vértigo de montaje entre uno y otro como para que no haya tiempo de preguntarse si todos dan la edad que se quiere aparentar. De todos modos está el par de nerds, las tres chicas lindas, el novio atlético, pero buen tipo, y el carilindo que se quieren transar a todas. En cualquier producción estadounidense pensada para adolescentes una mitad sería incompatible con la otra, pero en este caso no.

Los seis compañeros de facultad (si me permite prefiero no dar los nombres de los actores para evitar comentarios tan sanguinarios como la película) parte con destino al lago en cuestión, a pasar un par de días de festichola en la casa de una de las integrantes del grupo.

En el camino aparecen dos hombres con cara de pocos amigos. Uno de ellos fue novio de la dueña de casa, pero bien no le fue porque tiene una mordida marcada en el pómulo. Igual cuando siguen adelante, nadie le pregunta cosas como: “che ¿Qué le pasó a tu ex?”. También aparece el alguacil más inverosímil de la historia del cine.

Estamos en el sur de Estados Unidos, así que ya sabemos que el primero del grupo en ser atacado es el negro, por más atlético y buen tipo que sea permanecerá el resto de lo que le queda de su participación en la historia con un brazo menos, gentileza de un de los escualos nada amable con el turista.

La justificación de la presencia de animales marinos de agua salada en ese lugar se develará a mitad de la narración, lo que se supone es la vuelta de tuerca del guión. Para entonces, la cantidad de diálogos risibles, malas actuaciones, y situaciones inverosímiles serán tantas que todo esto caerá como un bálsamo de originalidad. Hasta el chiste sobre la película “La marcha de los pingüinos” (2005) tiene timing de stand up.

Desde el minuto 40, cuando todos los personajes saben que hay un tiburón enorme hambriento de carne humana, los guionistas se las arreglan igual para meterlos dentro del agua. Si están fuera de ella no importa, porque todas las especies de tiburones saltan fuera del agua mejor que Flipper, y persiguen a botes y a motos de agua más rápido que Steve McQueen.

El culpable de esta producción son tres guionistas y el realizador David R. Ellis, director que tiene como antecedente las dos primeras partes de la saga “Destino Final” (2000/2003 - 2011), lo cual pone en evidencia que es un hombre capaz de manejar originalidad con buena mano para el género. Se ve que está empeñado en descender con su carrera tan “profundo” como le sea posible.