Terror en Chernobyl

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Horror postsoviético

Como la saga Hostel, Terror en Chernobyl nos muestra a jóvenes turistas estadounidenses metiéndose en la boca del viejo fantasma comunista, o ex comunista, o lo que Occidente construya/tema/imagine de él. En este caso, el siniestro tour a Europa del Este tiene menos gore y mejor ambientación. Porque los viajeros entran -contra la orden de la policía ucraniana, con un guía temerario- en la ciudad de Pripyat. Sepan, amantes del turismo de riesgo: el sitio sufrió un éxodo masivo en 1986, tras la tragedia nuclear de Chernobyl. Y en el ambiente -al menos en esta ficción- aún hay radiactividad y otras acechanzas.

Brad Parker, realizador debutante, y Oren Peli, guionista experimentado, logran transmitir una atmósfera postapocalíptica y postsoviet , entre opresiva y deprimente. Con tristes monoblocks en ruinas, plagados de objetos abandonados, y algún severo mural de Lenin: ámbito en el que se mueven -festivas, eufóricas, frívolas- tres parejitas excitadas por la aventura. Contraste entre locación y personajes. El modo, tal vez, en que Parker-Peli ponen en escena sus -vagas- ideas sobre comunismo y capitalismo.

Durante la primera media hora, cuando se activan estos contrapuntos y se sugiere el peligro, el filme funciona. Pero luego empieza a hacerse evidente la falta de desarrollo de los personajes y, más tarde, la falta de ingenio del guión. La película, filmada a modo de esos falsos documentales de moda -aunque no caiga en este gastado recurso- se va derrumbando y pareciendo a los filmes de terror juvenil de los ‘80. Con toques de filme de zombies, que también aludían a los seres anulados en distintos sistemas.