Terror en Chernobyl

Crítica de Fernando López - La Nación

Con el título basta, pero además están esas primeras imágenes que lo anticipan todo. El clásico grupito de muchachos y chicas está exultante, lo que significa que en pocos minutos más lo que ellos suponen que será un viaje inolvidable por las capitales europeas (que culminará en Moscú, cuando la única parejita consolidada de la pandilla formalice su compromiso) se convertirá fatalmente en pesadilla. Alguna encarnación del mal se ensañará con ellos, y el espectador tendrá, otra vez, la oportunidad de apostar a ese juego clásico impuesto por cierto cine de horror: "¿Quién es el próximo que va a morir?".

En este caso, no se trata de adolescentes irreflexivos y precipitados, sino de jóvenes más mayorcitos, lo que no impide que actúen como verdaderos cretinos, siempre dispuestos a tomar la decisión más imprudente. Así les va. Por ejemplo, cuando en Kiev resuelven hacer "turismo extremo" y contratar una excursión a Prypiat -la ciudad donde antes de la catástrofe residía el personal de Chernobyl, hoy convertida en ciudad fantasma- y comprueban que no está tan deshabitada como se presume.

Peor le va al espectador cuando la pesadilla se prolonga. Porque aparte de un oso y algunos perros feroces y del riesgo de contaminación, el peligro, es decir el enemigo, el monstruo, el demonio o lo que sea que amenaza a los viajeros no se ve, sólo se hace oír en la banda sonora, generosa en ruidos. El director debutante Brad Parker está muy ocupado, cámara en mano, agitándola de un lado a otro para evitar que se lo descubra en una densa oscuridad apenas interrumpida por el haz de una linterna igualmente movedizo. Lástima que ese recurso impida entender qué está pasando y mantener algún interés en una historia que se vuelve cada vez más ilógica, repetitiva e incoherente, cuando no disparatada. Parker desperdicia los sugestivos escenarios hallados en Hungría y en Serbia; sólo busca repetir (sin mucha fortuna) la estética del falso documental a la manera de The Blair Witch Project y sus innumerables herederos. El "sorpresivo" final no compensa tanta mediocridad.