Terror en Chernobyl

Crítica de Felipe Quiroga - CiNerd

RADIOINACTIVA

¿Vieron cuando llegan unos parientes de un crucero o de algún viaje por tierras lejanas y uno tiene que sentarse con ellos a escuchar sus anécdotas y mirar tooooodas las aburridas fotos que sacaron con la camarita digital? Bueno, esa es una linda forma de representar la experiencia de ver TERROR EN CHERNOBYL (CHERNOBYL DIAIRES), un film escrito y producido por Oren Peli, el creador de la franquicia ACTIVIDAD PARANORMAL. La película cuenta la historia de un grupo de amigos yanquis que deciden hacer un poco de “turismo extremo” y contratan un tour por una ciudad abandonada que queda cerca de la planta de energía nuclear de Chernobyl, en la que 25 años atrás hubo un terrible accidente. Al principio, todo es joda y diversión (y hay que reconocer que el punto de partida es atractivo), pero después descubrirán los peligros de la radioactividad. O, mejor dicho, de la radioinactividad, porque nunca pasa nada interesante.
Es curiosa la forma en la que está filmada la película: los avances parecían adelantar que veríamos oootro bodrio con formato de falso documental, pero no. Si bien TERROR EN CHERNOBYL está rodada cámara en mano, en realidad no hay un personaje que sostenga la filmadora (los personajes tampoco interactúan con la cámara porque para ellos no hay una cámara allí). Este formato nos hace sentir parte de la excursión, aunque sin la necesidad de tener que justificar al nabo que filma todo el tiempo. El abuso de este recurso no convence y termina por darle a la película un aire amateur y berreta, cuando lo que se buscaba era provocar una sensación de realismo.
Las actuaciones son bastante flojas y encima hay varios planos secuencia (por la forma elegida para contar el relato) que los actores lamentablemente no logran resolver con eficacia. Por otra parte, TERROR EN CHERNOBYL cae en el lamentable recurso de utilizar los sonidos fuertes y sorpresivos para asustar, como golpes o gritos, en vez de tratar de generar miedo de otra manera. Quizás lo único que se pueda rescatar de esta producción es la impresionante locación, la fantasmal ciudad de Pripya, con sus edificios grises, su mugre añeja, su chatarra herrumbrada y ese silencio ubicuo y ominoso. Una pena que no se haya podido aprovechar más el paisaje. Lo único que queda es esa filmación aburrida que seguramente nadie querrá volver a ver.