Terror a 47 metros: El segundo ataque

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

¿Secuela? del inesperado éxito de 2017, "Terror a 47 metros: El segundo ataque", de Johannes Roberts, cumple sobradamente con lo que una película de su especie debería cumplir. Es sumamente divertida. Cuatro adolescentes prototípicas desoyen cualquier advertencia y se arrojan a un acantilado aislado con vista al mar, para luego quedar encerradas en el mismo y ser presa de un grupo de tiburones hambrientos.
Con esta premisa, ¿a alguien se le ocurriría pedir lógica, raciocinio, verosimilitud, o algún estudio sesudo por el estilo? Respóndanse ustedes mismos; pero no deberían entrar al mundo de "Terror a 47 metros: El segundo ataque", pidiendo más que una hora y media de diversión descerebrada y (algo) sangrienta.
Al igual que las chicas protagonistas, tampoco es que nosotros no sabíamos dónde nos metíamos. No solo porque el cine de ataque de tiburones es tan viejo como el clásico de Spielberg, sino porque ese subtítulo “El segundo ataque” no es en vano.
En 2017 se estrenó "A 47 Metros (47 metters down)" – sin el terror, ojo – , una película que tuvo un trayecto digno de otra película en sí detrás de cámara.
Por un problema entre productoras quedó en un limbo mucho tiempo sin estrenarse, a mitad de año llegó a VOD y rental con otro título ("In the Deep"), el mismo día fue adquirida por otra empresa que decidió retirar todas las copias y estrenarla en salas – aunque en el submundo pirata era fácil encontrarla – y se terminó convirtiendo en un éxito absoluto, uno de los films más rentables en cuanto a diferencia de costo de realización y taquilla.
La continuación que vemos a partir de hoy se puso en marcha de inmediato. Aquella tampoco era un dechado de seriedad, dos hermanas que buceaban en las profundidades del océano encerradas en una jaula atada a un barco, hasta que la cadena se rompe y ellas quedan libradas al azar con un tiburón que las merodea; pero al igual que esta, ofrecía un alto entretenimiento. Es que esa parece ser la marca registrada de su director, el inglés Johannes Roberts, un nombre que ya habría que tener en cuenta si de terror estilo Clase B se trata.
El mismo 2017 de "A 47 metros", estrenó "Los extraños: Cacería nocturna", que dejaba de lado la extrema (y convincente) solemnidad de "Los extraños", para entregar una secuela llena de delirios y diversión barata que los fanáticos del género supimos aplaudir. Y si revisan para atrás, (salvo la aburrida Del otro lado de la puerta) su filmografía está plagada de títulos que le huyen a la seriedad y abrazan la locura de la sangre delirante.
En Terror a 47 metros: el segundo ataque, vuelve a hacer de las suyas, aunque su inicio, algo lento, hace pensar que no. No necesariamente es una secuela, ya que cuenta una historia completamente diferente a la de A 47 metros. Otra vez tenemos a dos hermanas, o mejor dicho, hermanastras, Mía (Sophie Nélisse) y Sasha (Corinne Foxx), que son el agua y el aceite, o algo así.
Mía es introvertida y algo nerd (aunque físicamente parece lo contrario), y Sasha es la chica que hace de todo por ser popular y llevarse bien con la it girl, por más que sepa que esta es pérfida.
Entre ellas no hay onda y la relación está quebrada, más allá de que el padre de Mía (John Corbett), y la madre de Sasha (Nia Long) hagan todo por unirlas. Mía sufre por la pérdida de su madre biológica, de la que se responsabiliza, y es hostigada por sus compañeras de clase. A Sasha le da vergüenza que la vean con Mía.
Todo esto ocupa un par de minutos iniciales, y la verdad Johannes, es que no nos interesa. Cuanto antes queremos que se callen y cometan la torpeza de meterse al agua. Por suerte eso sucede rápido. Sasha persuade a Mía a escaparse de una vista escolar junto a otras dos amigas, Alexa (Brianne Tju) y Nicole (Sistine “soy la hija de” Stallone); y las cuatro se dirigen a un acantilado oceánico a tomar sol y reírse un rato como lo estúpidas que son.
Para más prueba de su estupidez, casi inmediatamente, se arrojan al océano para nadar; y como si no les bastara, deciden ir a visitar una cuevas submarinas en donde se halla un templo maya. Sí, ni bien se meten las cuatro, la puerta del templo se cierra, hay un derrumbe, y quedan encerradas sin poder salir a la superficie. ¿Es la falta de oxígeno el mayor de los problemas?
No, es la manada de tiburones que habitan en la cueva, y que hace mucho no prueban la carne de adolescente fresca. "Terror a 47 metros: El segundo ataque" es apta para mayores de 13 años, así que elude el mostrar mucha sangre, al igual que su original.
Pero Roberts se las ingenia para remplazar la abundancia de sangre con escenas de riesgo constante realizando una película vibrante, que desde que esa puerta se cierra no para y hace que nos aferremos a la butaca y saltemos con cada topetón.
En definitiva, es eso lo que fuimos a ver. Sí, los personajes son bastante odiosos, no importa, son carnada.
Hay muchos momentos que no tienen sentido, hay muertes “sorpresivas” que las podemos adelantar (e igual las festejamos), y la historia en sí no resiste ningún análisis.
No influye, porque entre tanto tiburón y tanto ahogo por la falta de oxígeno no tenemos tiempo de andar pensando, y por si acaso a uno se le ocurriese hacerlo, es aconsejable poner el cerebro a enfriar en el fondo del vaso de gaseosa junto con los hielitos.
Los escualos cumplen, hacen bien su tarea, y nos lo muestran cuando hay que mostrarlos, y los esconden de modo amenazante cuando hay que esconderlos. No todo es gratuito y Johannes Roberts sabe cómo dosificar bien los momentos para que eso que llaman diversión esté siempre asegurado. No, Spielberg sigue respirado tranquilo porque a su obra maestra nadie la toca.
Terror a 47 metros: El segundo ataque se conforma con lo que ofrece, hora y media de gran entretenimiento para descansar la mente, y dedicarnos a otra cosa al abandonar la sala. No esperábamos más, y está muy bien.