Terrifier 2: el payaso siniestro

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

El neoyorquino Damien Leone viene practicando las artes del terror extremo desde hace años, siempre en los márgenes de la industria y, con una única excepción, dedicando sus esfuerzos a los despanzurramientos pergeñados por Art, un payaso con aires de mimo y una bolsa de basura llena de elementos cortantes, entre otras armas de destrucción corporal. Comenzando con un par de cortometrajes y el largo Terrifier (2016), que por estos pagos puede verse en Prime Video, el personaje interpretado bajo gruesas capas de maquillaje por David Howard Thornton pegó el batacazo en su país de origen hace algunos meses. Producida con un presupuesto que haría sonreír de ternura a cualquier director de cine con ambiciones hollywoodenses,

Terrifier 2 –que aquí se lanza con el subtítulo El payaso siniestro– se convirtió en un enorme éxito de público, recaudando una millonada y provocando (al menos según la campaña publicitaria) desmayos y vómitos en las salas. Si hasta el mismísimo Stephen King tuiteó un elogio señalando sus “asquerosidades de la vieja escuela”.

Es que Leone, fanático del subgénero slasher (las películas de locos sueltos que cometen crímenes a rolete, territorio favorito de los Freddies y Jasons de este mundo) y especialista en efectos especiales, descree de la digitalización de la sangre y apoya los FX de látex, bombas de vacío y glóbulos rojos vegetales que poblaron el horror cinematográfico durante las décadas del 70, 80 y 90. Poco puede decirse de la trama, excepto que Art, que parecía haber muerto hacia el final de la primera entrega, reaparece en esta secuela con bombos, platillos, trompetita de juguete y una amiga que quizá sea imaginaria. ¿Para qué? Bueno, para seguir matando gente a diestra y siniestra, como lo demuestra la primera escena, en la cual un pobre médico termina con uno de sus ojos extirpado a dedo limpio y sus sesos desparramados por el piso de la salita. La protagonista es Sienna, una estudiante con alma de artista que se encuentra preparando un sofisticado disfraz para la noche de Halloween, siguiendo un diseño de su difunto padre, tal vez como homenaje filial.

La estructura de Terrifier 2, autoconsciente en todo momento de los mecanismos narrativos y referencias al pasado del género que la sostienen, es deudora de clásicos como Noche de brujas y las sagas Pesadilla y Scream, entre muchos otros títulos, aunque el nivel de gore (sangre, mutilación, tripas y cosha golda) se acerca a una cruza entre las ambiciones realistas de Lucio Fulci con el exceso irónico del primer Peter Jackson, todos ellos descendientes indirectos del pionero Herschell Gordon Lewis. En otras palabas, la violencia en pantalla puede parecer por momentos cercana al torture porn, pero los límites están tan corridos que el disparate gran-guiñolesco termina haciendo triunfal aparición. Parte de la gracia está dada por la fisonomía y las actitudes del asesino: sin pronunciar palabra ni sonido alguno, sonriente y dispuesto a los mohínes, como si fuera un primo lejano y desagradable de Marcel Marceau, el cuchillo siempre se clava con cierta distancia irónica (ni qué decir cuando una cabeza, cercenada por abajo y por arriba, hace las veces de tétrico reservorio para los clásicos caramelos de Halloween).

El otro exceso evidente, tal vez mayor que el de las amputaciones explícitas, es la duración, que se acerca a los 140 minutos, casi una excepción en la historia del terror de bajo presupuesto y sin pretensiones de “elevarse” artísticamente. Hay cal y hay arena en Terrifier 2, pero en su desembozada apuesta a la diversión pura y dura (aunque muchos espectadores no compartirán el concepto y se verán asqueados o aburridos), su afición al mal gusto entendido como una de las bellas artes (John Waters dixit) y la creación de un par de reinas del grito modernas Damien Leone logra entregar con creces lo que se propuso. Habrá que ver si la ya anunciada tercera parte, probablemente coproducida por alguna compañía de mayor envergadura, termina sosteniendo la antorcha de la independencia creativa o cae en las garras de otra clase de cortes: los de la autocensura ante la posibilidad de una distribución masiva.