Terminator: Destino oculto

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

LOS LÍMITES DE LA TECNOLOGÍA

La propia materia sobre la que está construida la genealogía de Terminator invita al loop constante: los viajes en el tiempo y las paradojas temporales, el destino como un lugar del que parece difícil poder escapar, la idea del elegido y su salvación/destrucción. Con tan sólo dos películas, James Cameron construyó un universo único. Y dos películas que si bien tienen lazos comunicantes, no dejan de ser absolutamente diferentes: la primera, un film de acción con elementos de ciencia ficción pero también de terror, de tensión constante, casi un slasher con un robot invencible que perseguía a la mujer que daría a luz al hombre que, en el futuro, protagonizaría la rebelión humana contra las máquinas. La segunda, una película que copiaría casi el diseño pero invertiría algunos roles (Schwarzenegger había pasado, en menos de una década, de austríaco casi ignoto a héroe de acción, entonces ahora era el bueno), pero que refundaría el cine de acción por medio del uso del CGI y lo convertiría en un espectáculo enorme. Cameron es uno de los pocos directores que saben qué hacer con la tecnología en el cine, además de ser alguien que inventa conceptos y desarrolla técnicas. Y en Terminator 2 pondría todo ese talento a disposición para impactar pero, además, para sorprender: cada posibilidad del líquido T-100 era una proeza en todos los sentidos para nuestros ojos un poco vírgenes de aquel entonces. Aquellas fueron dos películas distintas y complementarias, pero a la vez dos películas hechas a la luz de las posibilidades de su tiempo: una casi Clase B, la otra un film mainstream espectacular. Los límites que la tecnología impuso a partir de aquella película, sobre todo a nuestra capacidad de sorprendernos, es tal vez uno de los motivos por los cuales la saga de Terminator no encuentra un sentido en una serie de secuelas impropia de sus orígenes.

En verdad miento: Terminator 3, de Jonathan Mostow, fue una digna sucesora, combinando la cosa más chatarrera de los 80’s con un uso muy acertado de la tecnología. Pero claro, Mostow es más que nada un artesano, uno de esos directores que no buscan sobresalir y se aplican al proyecto que les toque en suerte, pero que además conocen las reglas y manejan los resortes del buen cine de género. Terminator 3 tenía un par de secuencias de acción impecables, comenzaba a jugar con la idea de un Schwarzenegger ridículo y ofrecía un final tan coherente como melancólico. Esa era una posibilidad para continuar con la franquicia, que el resto de las secuelas no tuvieron en cuenta, más preocupadas en refundar la saga que en otra cosa.

Si hacemos esta larga introducción para hablar de Terminator: destino oculto es porque sinceramente la película de Tim Miller no resulta demasiado estimulante. Y eso que la presencia de James Cameron en la producción nos daba alguna expectativa. Aquello del loop constante se hace palpable nuevamente aquí, en una historia que retoma la lógica de los personajes que vienen del futuro para intentar salvar o eliminar (según sea el caso) a un humano que -imaginamos- será clave en el desarrollo de la historia. Pero además la película juega otra vez con la idea fronteriza de Terminator 2, con los protagonistas ingresando esta vez al territorio norteamericano en vez de intentar salir, diciendo algunas cosas medio banales sobre la inmigración y con los estereotipos étnicos habituales en el cine de Hollywood. Pero lo repetitivo, lo previsible del esquema, no es el problema en Destino oculto: Cameron siempre ha trabajado sobre ideas preexistentes y sobre reglas genéricas determinadas, y tampoco la sutileza ha sido su marca de fábrica a la hora de desarrollar personajes. Lo importante en Cameron es su ojo único para la acción, su presencia casi autoral en el género y la forma en que los personajes se definen por medio del movimiento. La complejidad, en ocasiones, está dada por la forma en que se van dando los vínculos y las asociaciones entre los protagonistas. En ese sentido, Destino oculto termina conformando un cuarteto de criaturas rotas que forman un grupo por necesidad, para ir extendiendo raíces a medida que avanza la trama.

Uno de los problemas de la película tal vez haya que buscarlo por el lado de Miller, director de la sobrevalorada Deadpool, que no es precisamente un artesano de las herramientas clásicas como Mostow. Posiblemente esto tenga que ver con la necesidad de imprimir el concepto de Terminator en las nuevas generaciones, algo que decididamente no estaría pasando. Destino oculto, entonces, tenía dos posibilidades para sobresalir: una era la acción despampanante, que funciona sólo por momentos y a partir de algunas imágenes que impactan más por lo gráfico que por el movimiento que imprimen. Y ahí volvemos a lo de los límites de la tecnología: no hay en Destino oculto una sola imagen que podamos recordar, algo para atesorar. El efecto especial es algo tan corriente para nuestro ojo, que pasa a toda velocidad por la pantalla sin que sorprenda como lo hacía aquel T-1000 al derretirse o ser impactado por una bala. Si ya nos acostumbramos a que gracias al CGI cualquier imagen es posible, lo que queda entonces es lo humano. La nueva Terminator tenía algunas cartas bajo la manga para ir por ese lado, y era su otra posibilidad para sobresalir. La principal era Linda Hamilton, que regresaba como Sarah Connor. La otra, su encuentro con el T-800 de Arnold Schwarzenegger. Pero Miller parece inhabilitado, también, para poder hacer algo con esos cuerpos icónicos del cine, para jugar con la emoción. Ese peso de la historia, del paso del tiempo, del reencuentro, no se siente como debiera. Y lo único honesto es la hidalguía de Hamilton para llevar sus años con las arrugas de la experiencia. Tal vez Destino oculto sirva para ir concluyendo con todo esto o, por qué no, para que James Cameron deje de hacerse el zonzo y vuelva a ponerse detrás de cámaras.