Tengo miedo torero

Crítica de Ricardo Ottone - Subjetiva

Toda adaptación de una obra literaria consagrada o con estatus de culto está condenada a la polémica y particularmente al escarnio de quienes no están dispuestos a dejar pasar que un realizador cinematográfico se tome libertades que a sus ojos siempre serán demasiadas. El caso de Tengo miedo torero, la esperada transposición de la novela del gran autor chileno Pedro Lemebel (su única novela en una obra literaria más consagrada a la crónica) no es la excepción. La considerable expectativa que el film generó se vio consagrada en un preestreno vía streaming en Chile con unos muy buenos números (55 mil conexiones en ese fin de semana, con 200.000 espectadores estimados) y también con la esperable catarata de críticas despechadas. Es cierto que si bien algunas de ellas pueden parecer caprichosas otras tienen más peso, pero eso no priva al film de Rodrigo Sepúlveda Urzúa de ser un melodrama atractivo, potente y hasta fiel a su modo al original.

Ambientado en 1986, el año del atentado contra el dictador Augusto Pinochet por parte del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) brazo armado y obviamente clandestino del Partido Comunista chileno, el film sigue la relación entre La Loca de Enfrente, una travesti ya envejecida de clase baja, y Carlos, miembro de la resistencia armada contra la dictadura militar que para entonces ya llevaba 13 años en el poder. La primera de las objeciones a la adaptación, o una de las más notables porque es la que marca una distinción mayor con el texto, es la ausencia de los pasajes protagonizados por Pinochet y su esposa Lucia Hiriart, que en la novela ofrece, con unos diálogos y monólogos desopilantes en su siniestra banalidad, una línea paralela a la de la pareja protagónica, que se complementa perfectamente con esta y donde en algunos puntos ambas líneas se cruzan. Al rigor de las exigencias de síntesis en la adaptación y de concentrarse en la trama principal, toda esta parte fue dejada de lado. Quien haya leído la novela extrañará estos pasajes pero quien no lo haya hecho o esté dispuesto a reconocer al film como lo que también es, una obra autónoma, no siente tanto su ausencia o en todo caso no siente que esta haga mella o represente una falta en un relato que se desarrolla bien en sus propios términos.

La otra objeción es más atendible y tiene que ver con el cambio de las nacionalidades de algunos personajes, sobre todo cuando este cambio está dado no por motivos artísticos o narrativos sino por las necesidades propias de la coproducción. Por eso el joven Carlos de la novela, estudiante chileno y miembro del FPMR. es aquí un mexicano de más edad que nunca se explica qué hace allí como miembro de una organización armada que por otro lado solo se nombra cuando las noticias dan cuenta del atentado. Y si bien el mexicano Leonardo Ortizgris está bien en su rol y le imprime humanidad, calor y hasta cierta inocencia al personaje de Carlos tras la máscara rígida pero frágil de la dedicación exclusiva a la causa, y la argentina Julieta Zylberberg está correcta aunque su papel sea breve, igual no deja de hacer ruido que los dos miembros de la organización que tienen un rol importante sean un mexicano y una argentina.

En aquello que el film es sí más fiel a la novela y su mayor logro es en el retrato de la relación de La Loca y Carlos. Originada por cierta conveniencia pero que deriva en una relación más legítima, un respeto y verdadera amistad por parte de Carlos y un amor apasionado por parte de La Loca. Este amor incondicional que la lleva a una completa entrega porque si bien hay una transformación de su parte y una toma de conciencia, es claro que se juega y se arriesga por amor, un amor no exento de nobleza en su resignación ya que sabe que a pesar de todo lo que haga ese amor tal como lo desea no es posible.

El guión de Sepúlveda y Juan Tovar es a la vez la adaptación de un guión del propio Lemebel. El proyecto data de varios años y Lemebel, quien estuvo involucrado en el mismo desde el principio y no pudo verlo culminado ya que falleció en 2015, tenía claro y así lo explícito que La Loca debía ser interpretada por Alfredo Castro, uno de los actores fundamentales y con más presencia en el cine chileno reciente y que en el cine argentino participó de La cordillera (2017) y Rojo (2018). Podemos afirmar que Lemebel no se equivocaba, lo que hace Castro aquí es extraordinario, dándole a su personaje una ambigüedad y una complejidad notable moviéndose con naturalidad entre el miedo y el valor, el ridículo y el orgullo, la resignación y el deseo. Sobre todo haciendo a una Loca querible y hasta admirable, con una dignidad y una nobleza que se sobrepone a la pobreza, a la decadencia física, a las humillaciones cotidianas o al amor no correspondido.

El otro acierto de la adaptación, y que va en consonancia con el espíritu de la novela, es el retrato de la cotidianeidad mediocre y gris de la dictadura (que puede verse en otros films chilenos de los últimos años como Tony Manero, de 2008, protagonizada también por Castro), concentrada más en las bajezas y la represión que era moneda corriente antes que lo que sucede en las grandes esferas de lo cual nos enteramos por las voces de la radio o lo que se escucha en la calle. Y claro por la violencia diaria por parte de la policía que en el caso de la homosexualidad recibía una carga de ensañamiento extra. El tono del film es melancólico pero a su vez sugiere una cierta esperanza, y aunque sabemos que la relación de Carlos y La Loca no puede sino ser efímera y sin futuro, les regala a ambos algunos momentos de plenitud y felicidad, chispas fugaces en la oscuridad mezquina y brutal de la dictadura.

TENGO MIEDO TORERO
Tengo miedo torero. Chile / Argentina / México, 2020.
Dirección: Rodrigo Sepúlveda Urzúa. Intérpretes: Alfredo Castro, Leonardo Ortizgris, Julieta Zylberberg, Sergio Hernández, Ezequiel Díaz, Luis Gnecco. Guión: Rodrigo Sepúlveda Urzúa, Juan Tovar. Sobre la novela de Pedro Lemebel. Fotografía: Sergio Armstrong. Música Original: Pedro Aznar. Montaje: Ana Godoy, Rosario Suárez. Dirección de sonido: Santiago Fumagalli. Dirección de Arte: Marisol Torres. Producción: Florencia Larrea, Lucas Engel, Gregorio González, Ezequiel Borovinsky, Alejandro Israel, Diego Martínez Ulanosky, Jorge López Vidales, Daniel Oliva Basso. Dirección de producción: Carolina Provoste. Duración: 93 minutos.