Tengo ganas de ti

Crítica de David Obarrio - Cinemarama

Nada de ganas

Tengo ganas de ti es una de esas cosas inexplicables que nos llegan de España cada tanto. El espectador argentino ya se ha habituado con alguna resignación en estos años a las películas españolas que cultivan el género de terror, una curiosidad inofensiva, no menos tolerable que los exponentes de la misma tendencia que provienen de los Estados Unidos, por ejemplo. Tengo ganas de ti, en cambio, replica el peor mainstream de ese origen, el más vacío e intrascendente, y se convierte en una muestra prácticamente única de irrelevancia, sentimentalismo y cursilería. Salvo por los modismos españoles (ni una gota de catalán, a pesar de que la acción transcurre en la ciudad de Barcelona), la película no asume señales propias y avanza por una especie de no lugar, ese paisaje inefable tomado por cierto cine americano que se expande a nivel global. Ese lugar en este caso es el de la juventud, una categoría que resulta, también, un molde que las malas películas han sabido inventar a su modo. Los personajes se deslizan por los planos apáticos, de una funcionalidad desoladora, y aciertan a decir sus líneas como si no estuvieran en una película concreta sino en un conjunto de películas, ese conjunto que define a los jóvenes en el cine mainstream: más o menos bellos, más o menos rebeldes, más o menos trágicos. Tengo ganas de ti es un parásito, un montón de imágenes sin alma agrupadas según prescriben las convenciones de rigor para estos productos anónimos, desdeñosamente uniformes. Esta película y sus congéneres son en cierto modo la negación del cine (es decir, de las particularidades), la entronización de una generalidad programática al mero servicio de la ramplonería audiovisual.