Tenet

Crítica de Miguel Angel Silva - Leedor.com

Después de casi un año sin funciones, ha vuelto el cine a las grandes pantallas de Buenos Aires. Y qué mejor manera de hacerlo, al margen de otros “estrenos” que acompañan a la película que nos ocupa, que con la grandilocuente Tenet (2020), de Christopher Nolan.
Una película para ver en pantalla grande — cuanto más grande sea mejor — y no en los formatos más reducidos de un monitor de computadora o el de un televisor, aunque sea de 52 pulgadas. No vamos a hablar aquí de lo que significa el cine de sala en cuanto a su aura de ritual atávico, el equivalente a sentarse junto al fuego de una hoguera a narrar historias fantásticas como ocurría desde que el mundo es mundo, y había humanos, obvio. Aquí la hoguera es la pantalla, la oscuridad de la sala es la noche cerrada y todos los presentes nos dejamos hipnotizar por las imágenes, ya no solo por la oralidad.
Las películas de Nolan — por lo menos las últimas — son para ejercitar ese ritual primigenio: el de la comunión — en este caso, cinéfila — en una sala de cine. Repasemos parte de su filmografía. La trilogía de Batman: Batman Begins (2005), The Dark Knight (2008) y The Dark Knight Rises (2012); Inception (2010); Interstellar (2014); Dunkerque (2017) y Tenet (2020). Todas obras para dejarse envolver por la fuerza de las imágenes, la ampulosidad del sonido y la música, y permitirse el lujo de ver más allá de la historia en sí porque a Nolan le encanta sembrar guiños, pistas y detalles que pueden pasar desapercibidos si uno no está atento, y esto en un cine es mucho más factible de llevarlo a cabo.
Dicho esto, la última apuesta de Nolan, no podía escapar a esta lógica. Tanto es así que Tenet sería como una amalgama — en cuanto a narrativa y espectacularidad — de las paradojas del tiempo de Inception, del tiempo y el espacio de Interstellar y de la violencia física y pirotécnica de la trilogía de Batman.
Pero, ¿qué es Tenet? Más allá de ser un palíndromo, es el nombre de una organización creada para salvar al mundo. Nada más y nada menos. Un mundo que va a ser devastado como consecuencia de una tecnología — aún no creada — que es enviada desde el futuro para invertir el flujo lineal del tiempo, es decir, alterar la segunda Ley de la Termodinámica que dice que todo lo uniforme tiende a dispersarse; la famosa entropía, o el desorden molecular irreversible de un sistema dado. En otras palabras, lograr que las perturbaciones producidas por nuestras malas acciones y negligencia para con el medio ambiente se retrotraigan a su origen, a su punto cero, a su génesis, o sea, a nuestra propia extinción como especie para que ese caos nunca suceda. Es por eso que vemos como las cosas suceden al revés. Están sometidas — desde objetos a personas, todo da igual — a este influjo de entropía en reversa por un mecanismo construido por el villano de la película, un soberbio Kenneth Branagh que a cambio de esto es recompensado por miles de lingotes de oro, que también vienen del futuro.
¿Por qué quieren destruir el mundo? Bueno, aquí hay dos respuestas: la primera es en “beneficio” del planeta Tierra. Los científicos del futuro, como dije antes, nos quieren borrar de la faz del planeta porque lo estamos destruyendo inexorablemente. O sea barajar y dar de nuevo. Claro que cuando la persona que descubre esta tecnología ve el potencial peligro que esto conlleva — cuando la teoría del pizarrón pasa a la realidad, ahí la cosa cambia, como sucedió con Einsten y la bomba atómica — , decide dividir el algoritmo que pondría en funcionamiento esta destrucción masiva en nueve partes. ¿Dónde esconderlo? En el lugar más seguro posible: en el pasado, es decir en nuestro presente.
Es aquí en donde aparece Andrei Sator (Kenneth Brannagh), un narcotraficante de armas ruso que es contactado desde el futuro para que construya los artefactos para que pueda ser activado en el presente. Tiene que encontrar los nueve módulos, cual rompecabezas apocalíptico, para finalmente cumplir el objetivo. Aunque, hay que decirlo, y aquí está la segunda respuesta, a Sator no le importa tanto salvar el mundo como llevárselo puesto porque sus días también están contados.
El Protagonista (John David Washington) es contratado por la organización Tenet para dirigir la misión y evitar los planes de Sator. Elige para su equipo a Neil (un genial Robert Pattinson). A partir de este momento ya tenemos delineados a los “buenos” y a los “malos”. Y esto es algo a destacar porque inmediatamente después de ese gran operativo que acontece al principio de la película en una sala de ópera, con cuerpos de choque que pelean entre sí y en donde no sabemos quién es quién, esto es un gran avance. Luego de esto hay que seguir la máxima que le dice la doctora Laura (Clémence Poésy) a El Protagonista cuando le explica a que se refiere cuando habla del tiempo invertido: “No trates de entenderlo, siéntelo”.
Tenet es, como dijo un crítico avezado, un salto de fe. Hay momentos en que no logramos entender nada de lo que está sucediendo, pero eso no implica que no lo disfrutemos. Ya habrá tiempo para analizarlo en detalle o para verla nuevamente, como sucedió con Inception o Interstellar.
Siempre que se toca el tema del tiempo, aparecen las paradojas. Y como toda paradoja, es imposible llevarla al plano lógico y racional. Por eso digo que lo de salto de fe es muy acertado. Hay secuencias en donde se encuentran, en un mismo tiempo y espacio, los que se mueven en el tiempo en forma lineal — como lo hacemos “normalmente” — con los que se mueven con el tiempo invertido, es decir para atrás. Hay momentos en que existen dos personas que son las mismas personas pero en diferentes temporalidades. Hay instantes — caso del aeropuerto y la persecución en la carretera — en que todo es caos y confusión, pero no en el término de los efectos especiales — que los hay, y muchos — sino en el mental, el del espectador. Algo parecido a lo que en su momento fue aprehender los conceptos de la realidad virtual que proponía la saga de Matrix, de los hermanos Wachowski.
Nolan es un fanático de James Bond, y eso se nota porque Tenet más allá de sus complejidades temporales y espaciales, es una película de espías a lo Bond. Con sus escenarios exquisitos y sofisticados, la elegancia de sus protagonistas, las armas que todos llevan como si fueran pañuelos descartables y la heroína de turno que es ni más ni menos que Kat (Elizabeth Debicki), la esposa del villano.
Muchos han dicho que con esta película Nolan puede salvar al cine pospandemia en cuanto a negocio — ya no hablamos de salvar el mundo — por su majestuosa y costosísima producción que atrae al público como moscas a la miel. Puede ser, fue la más vista en todos los países en que se proyectó cuando las salas de cine fueron habilitadas para el consumo masivo, incluido, ahora, el nuestro. Claro que el director inglés eligió la manera más exigente y compleja posible para hacerlo. Quizás porque estamos viviendo una realidad exigente y compleja, algo que Nolan desconocía por completo al filmarla. Y en este sentido, no estuvo para nada errado.
Muchos la amarán, otros tantos la odiarán, lo que es seguro es que nadie puede salir indemne de tamaña experiencia. “El problema no es el tiempo, el problema es salir de él con vida”, dice Neil en un pasaje de la película. Y salir con más preguntas que respuestas, agregaría yo, lo que no es malo sino plausible porque esto nos lleva a abrir el debate sobre lo que acabamos de ver: una clase magistral de física cuántica concentrada en dos horas y media, bajo el rótulo de un thriller de acción descomunal.