Tenet

Crítica de Hernán Ferreirós - La Nación

Tenet: Christopher Nolan deslumbra con “su película Bond”

Con la figura del palíndromo como eje, el film utiliza la posibilidad de hacer correr al tiempo en reversa como sustento conceptual de lo que es en definitiva

Las películas de Christopher Nolan suelen ser criticadas porque, se dice, hacen pasar embrollo por complejidad conceptual y sus complicaciones no ofrecen una recompensa a tono con el esfuerzo que demandan. Para quien haya sentido algo semejante en sus otros films, este será la confirmación inapelable de ese diagnóstico que, igualmente, dista de ser unánime. No se puede negar que Nolan es un autor que se arriesga a desafiar (otros dirán “irritar”) a sus espectadores mientras opera dentro del que suele ser el más complaciente de los subgéneros del cine: la película de más de 200 millones de dólares.

Trailer de Tenet - Fuente: YouTube
Como su título, este relato toma la estructura del palíndromo, esa figura retórica reversible que puede ser leída de modo idéntico en direcciones opuestas: lo particular del film es que algunos objetos y personajes pasan por un proceso que invierte su flecha temporal. Esto quiere decir que experimentan el tiempo en reversa: van del futuro hacia el pasado segundo a segundo, del mismo modo en que nosotros vamos del pasado hacia el futuro (el tiempo, que puede ser recorrido en ambas direcciones, es el palíndromo del film). Visualmente, esto se percibe como uno de los efectos especiales más viejos, un celuloide corriendo al revés, pero solo para algunos personajes. Otros en el mismo plano se mueven con la temporalidad “normal” y, en las escenas más espectaculares, ambos interactúan en una coreografía desquiciada (tal es la idea que tiene el film de la realidad: un ballet determinista en el que cada acto lleva a una única consecuencia posible en cualquier dirección temporal). Conceptualmente, la interacción de cosas que se mueven en sentidos temporales opuestos rompe la lógica causal, que es el modo en que pensamos el mundo, y deja nuestra pobre racionalidad en corto circuito.

Cuando una científica intenta explicar al protagonista (John David Washington) en que consiste la “inversión” le aconseja: “no trates de comprenderlo, siéntelo”. Bien se puede tomar esta recomendación. Dejando de lado ese dispositivo crucial del relato, la película es manifiestamente una de James Bond muy lograda, en la que un agente secreto debe impedir que un oligarca ruso (Kenneth Branagh) destruya el mundo, al tiempo que seduce mujeres y pasa por algunos de los sitios más deslumbrantes o sofisticados del planeta. Tal es una versión de Tenet que es perfectamente accesible y gratificante. Pero también se puede ignorar el consejo y lanzarse a desentrañar aquello que parece inextricable: no a sentir sino a entender cómo puede funcionar lo que propone. Aunque la inversión de la causalidad hace que cada tanto se choque de frente con una paradoja, es posible desandar cada vuelta de la narración por ilógica que parezca de modo que tenga sentido, si uno se toma el trabajo. Tal vez sea el Sudoku más caro de la historia, pero enfrentarlo no está exento de satisfacción.