Tenemos un problema, Ernesto

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

En busca del pene perdido

Tenemos un problema, Ernesto parte de una muy buena idea: el hombre del título se despierta en medio de la noche para ir al baño y una vez ahí descubre lo inaudito: su pene desapareció como por arte de magia. A partir de entonces, su desafío será recuperar al compañero. Y el de la película, sostener ese sorprendente comienzo.

Diego Recalde, el director y protagonista, es un guionista de humor con una larga trayectoria, caracterizada por este tipo de ideas delirantes. Alguna vez, por ejemplo, consiguió trabajo en CQC esperando a Pergolini en la puerta de la Rock&Pop disfrazado de pantalón. También trabajó con Pettinato y Tinelli, filmó otras cuatro películas -la mejor de ellas, Sidra, hecha a modo de fotonovela-, escribió una decena de libros -en uno de los cuales se basa este largometraje- y tiene un grupo, el Trío Ibáñez, que le puso música a esta película. Tenemos un problema, Ernesto muestra muchas de las insólitas ocurrencias de su creador, con una efectividad despareja.

Como ya hizo en otros filmes, Recalde aprovecha para satirizar a los medios. Especialmente a la televisión: a esos programas de cable apenas encubiertamente publicitarios y a la fórmula imperante, conductor + panel + entrevistado = gritos y polémicas vacías. También, a los productores y el trato que les dan a los guionistas. En el camino hay buenos momentos, pero la película va de mayor a menor y no consigue sostener el ritmo. Como en una sucesión de sketches, Ernesto le presenta su problema a una galería de personajes bizarros, y esta dinámica termina siendo repetitiva. Por momentos el guión sucumbe a la tentación del chiste fácil (como las mil y una formas de denominar al pene), y aquel comienzo prometedor se evapora como el miembro de Ernesto.