Tenemos que hablar de Kevin

Crítica de Federico Rubini - Cinematografobia

EL GERMEN DEL MAL
Todo sobre mi hijo

Lynne Ramsay es una directora escocesa que cuenta en su haber con tres largometrajes: Ratcatcher (1999), Morvern Callar (2002) y el film que desembarca en el día de la fecha en las salas argentinas: Tenemos que hablar de Kevin. Premiada en sus dos trabajos previos, Ramsay se caracteriza por su particular estilo y es una de esas directoras a las que es obligación seguir y mantenerse al tanto de en cuanto proyecto esté involucrada. No he visto sus obras previas (lo haré en los próximos días), pero se me hace la idea de que todos sus films se deben caracterizar por estrategias semejantes, como por ejemplo tener abundantes climas y sensaciones creadas a partir de un gran uso de la fotografía y una banda sonora perturbadora, como es en este caso. De hecho, esta es una película que, se podría decir, es perfecta desde el punto de vista formal. Desde la cámara hasta las actuaciones, del mecanismo a lo dramático, hay una perfección notable, se trata de un gran trabajo y un raro exponente de un género como el terror, dentro del cual se podría encasillar (aunque no es nuestra intención), en parte, este film. Sin embargo, por sobre este perfeccionamiento de recursos (y quizá gracias a él, ya que por momentos esta formalismo nos distancia del relato y resulta excesivo), hay ciertas falencias en el relato que hacen que el film pierda algo de credibilidad y se torne obvio y algo subrayado; sobre esto volveremos más adelante. Hay muchas cosas sobre las que se podría llamar la atención, no coincidir, incluso señalar como puntos débiles, pero aún así, indudablemente hay algo que no se puede negar, y eso es que Tenemos que hablar de Kevin cuenta con un buen trabajo de dirección, una destreza notable para generar atmósferas cargadas de horror, densas y sofocantes, bordeando el terror más puro, el terror a lo desconocido. A no saber de lo que es capaz la persona que tenemos al lado. El terror al otro.

Eva y su hijo Kevin, una relación complicada desde el comienzo.
Para dar comienzo a la descripción de esta película, creo que deberíamos dividir la trama en historia y relato. Primero la historia: Eva (Tilda Swinton) es una mujer que trabaja en una agencia de viajes y que, contra su deseo, queda embarazada de un niño. Desde pequeño, el niño, de nombre Kevin, presenta un notable rechazo hacia su madre, haciendo todo lo posible para disgustarla. Al crecer, el rechazo va aumentando gradualmente, hasta llegar al punto de convertirse en odio, puro y simple odio. Eva odia a Kevin y Kevin odia a Eva. Todo las maldades que hace el niño son (o al menos parecen, ya que siempre vemos todo desde el punto de vista de Eva) dedicadas a su madre, mientras presenta para con su padre una notable y, a los ojos de Eva, falsa amistad. Ya de adolescente (interepretado por Ezra Miller), su relación es sádica, bordeando incluso lo incestuoso (de manera latente, implícita), y todo lleva hacia un final que, previsto o no, es una exteriorización de los sentimientos de Kevin para con el mundo, y da razón de la naturaleza autodestructiva que presenta el joven desde sus primeros años de vida. El film (al igual al libro homónimo, escrito por Lionel Shriver, en el que está basado) presenta una estrategia narrativa clara, en la que el tiempo de la línea argumental no es lineal. Todo comienza una vez que Kevin ya ha hecho eso , ya ha realizado lo monstruoso. Eva vive sola, y a través de ella recordamos lo que ha sucedido, a modo de flashbacks, imágenes de su memoria. Así, nos enteramos de que tenía una familia, un marido, una hija y un hijo, Kevin. Y paralelamente, se narra la concepción del mismo y su juventud, desde que es bebé hasta su adolescencia, asistiendo así, nosotros, como espectadores de este desarrollo, el crecimiento de un sociópata.
El relato entonces comienza con una imagen al comienzo indescifrable, pero que una vez que terminamos el film es siniestra, síntesis del horror de lo sucedido: una cortina de la ventana de un cuarto a oscuras moviéndose a la par del viento, al ritmo de los regadores de un oscuro jardín del que vemos sólo una mínima parte. Luego de esto, una imagen no menos aterradora invade la pantalla: gente, mucha gente, arrojándose salsa de tomate en una tomatina, festejo originario de Buñol, Valencia. Esta imagen, impactante, nos remite directamente a lo que nos quiere remitir: un baño de sangre completamente atroz en el que la protagonista se encuentra sumergida, arrastrada como si fuera su propia crucifixión. Así, estas secuencias funcionan como un díptico que a modo de prólogo nos introduce en lo que será una historia sórdida y, por momentos, desagradable. Eva, desde el comienzo, se encuentra frente a una situación argumental que funciona como metáfora a nivel de la historia. Los vecinos, furiosos con ella por lo sucedido, le arrojan pintura roja en todo el exterior de su casa y su auto. Así, Eva debe limpiar su casa hasta que no queden rastros de sangre, hasta que quede limpia, al igual que su conciencia. Porque es ella también la trastornada por lo sucedido, no sólo por ser su madre, sino también porque siente que esa atrocidad es fruto de su comportamiento, de su actitud hacia su hijo desde que estaba en su vientre. En este nivel metafórico, bastante obvio, es en el que se maneja esta película. Todo el simbolismo presente no es muy complejo, y de hecho resulta recalcado en diversas oportunidades. La presencia casi constante del color rojo colabora con esto, y resulta, en un punto, excesivo y redundante. El mismo está presente en el juguete rojo que vemos que tiene su hija, Celia, cuando al comienzo, mediante un breve flashback, vemos a Kevin con una pesada mochila a punto de ir para la escuela; también en la bola con la que juega (o intenta jugar) Eva arrojándosela a Kevin, en un intento de que éste haga lo mismo, al igual que en la mermelada que el joven se sirve en un par de tostadas y aplasta, como si fuera un ser vivo al que le estuviera aplastando el cráneo, o al pistola de juguete que Eva rompe a patadas luego de que Kevin le redecore la habitación (seamos sinceros, no quedó nada mal), casi la destrucción de un feto por parte de su portadora.

Ezra Miller logra crear un personaje muy convincente, principalmente a través de su perturbadora mirada.
Así, este simbolismo, que funcionaría mucho más efectivamente en menor medida, aquí resulta excesivo, al punto de perder toda efectividad. Lo mismo sucede con el personaje de Kevin de niño (interpretado por Jasper Newell). Este joven, con ceño fruncido y trompita de malo, que mira a su madre desafiante, resulta grotesco, y el grito de "¡Muere, muere, muere!" mientras juega a un videojuego de matanza con su padre está completamente de más. Muy distinto es del Kevin más grande, actuado con solvencia por Ezra Miller, que sabe aportarle al personaje un misterio y una carga de terror con su cara andrógina, digno hijo (ficcional) de Tilda Swinton. Es que lo que no parece quedar claro es que es mucho más terrorífico un mal sutil, disfrazado, disimulado e implícito, que algo explícito y completamente subrayado. Kevin no tiene por qué ser el mismísimo demonio desde que es bebé, y no hay necesidad de que veamos reflejado en su ojo el blanco del tiro con arco y flecha, un recurso demasiado obvio para hacernos notar su fascinación por este deporte y su relación con la masacre posterior. Es en estos momentos de metáforas evidentes y simbolismo vacío en los que la película pierde muchísima fuerza, y torna un relato que se encontraba desde el comienzo cargado de tensión por su manejo de la información en algo obvio y previsible. Un ejemplo de este recurso utilizado correctamente es el parecido de Eva y Kevin. El mismo, lejos de ser evidente como pareciera, resulta un aditivo interesante y le añade complejidad al relato, dando énfasis a la idea de que Eva es tan culpable como Kevin de lo sucedido, de que en ella hay una culpa de la que no puede escapar. "Puedes ser muy dura a veces" le menciona Kevin luego de una crítica de su madre. Ella lo mira sorprendida. "Y tú lo dices" . "Sí. Yo lo digo. Me pregunto de quién lo heredé" . Eva se hace la desentendida y se marcha, intentando escapar a esa verdad a la que luego deberá afrontar. Un método interesante para observar en este film es el uso de la comida. El tratamiento de la misma es muy particular: siempre se remite al asco. Ya desde el comienzo, con la secuencia de la tomatina, se deja en claro la sensación de desagrado con respecto al alimento. Y esto se hace claro avanzado el film. Cuando Celia pierde el ojo, Kevin, al momento de hablar sobre el tema con Eva, muerde un alimento redondo, blanco, muy similar a un ojo humano. Lo mismo con la ya mencionada secuencia de las tostadas, o con los huevos que come Eva, luego de encontrarse con una madre de uno de los muertos en el supermercado, o con los copos coloridos que Kevin aplasta con sadismo convirtiéndolos en polvo.
Como mencionamos con anterioridad, el aspecto formal de este film es muy llamativo. La cámara siempre tiende a un contrapunto entre planos cortos, muy cerrados, con poca profundidad de campo, y planos generales muy abiertos, en los que los personajes parecen un elemento más del decorado. A través del travelling, se remite a la tensión, a lo que está sucediendo fuera de campo. La banda sonora, a su vez, es completamente inquietante. En el comienzo, las extensas notas de un sintetizador nos adentra en atmósferas muy logradas, al igual que en varios otros momentos del film. La utilización de elementos tanto diegéticos como la regadora de césped (ese sonido se queda grabado en uno al salir de la sala de cine) o extradiegéticos, como por ejemplo los aplausos en el momento en el que Kevin se entrega o cuando está en el gimnasio haciendo reverencias a un público invisible, aportan muchísimo a la tensión de la película. También cabe mencionar la música que por momentos utiliza la película. Esto se da principalmente en los recorridos en auto, en los que se filtra en la banda sonora temas llevaderos de blues o de Buddy Holly, con el objetivo de alivianar un relato que, de otra forma, sería casi imposible de ver de comienzo a fin por su densidad y lo tremendo de lo que se nos está narrando. Las actuación de Tilda Swinton es estupenda, en su papel de madre que debe lidiar con su culpa y responsabilidad de lo que hizo su hijo, y también destaca el papel de Ezra Miller, muy acertada elección. No se supo aprovechar bien a John C. Reilly, cuyo personaje es bastante básico, sin mucha profundización. De hecho, no aporta mucho a la trama excepto en su rol implícito de marido y padre, al igual que el personaje de Celia (interpretado por Ashley Gerasimovich), quien posee muy escasas apariciones.

Eva y Franklin, interpretados por Tilda Swinton y John C. Reilly.
En definitiva, un film que resulta interesante por su narrativa y por su ritmo visual y sonoro, definitivamente una experiencia para ver en pantalla grande. El libro escrito por la inglesa Lionel Shriver se trata de una novela epistolar, en la que mediante cartas que Eva le escribe a Franklin, su marido, se nos cuentan las cosas que vio de Kevin y su comportamiento enfermizo desde que es pequeño. Al final, nos enteramos que Franklin está muerto, asesinado por su propio hijo al igual que Celia, su hermana pequeña. Interesante y difícil labor la de llevar al cine una historia semejante. La directora Lynne Ramsay sale airosa del desafío aunque algo escondida detrás de las formas, detrás del suspenso del género, y no logra del todo aportar una visión propia de las cosas. Los puntos débiles del film son, como mencionamos, la estrategia algo evidente de suscitar terror en la anticipación reiterada de los hechos, casi como una guía al espectador como para que no se pierda en el medio y sepa que el final será tremendo. Es que por momentos, es como si esta película se proclamara la mejor experiencia de terror de la década antes incluso de llegar a la mitad del film. Rigurosa, evidente ejercicio de estilo, Tenemos que hablar de Kevin por momentos se olvida de que existen personajes y no sólo vehículos de emociones, y que a veces puede resultar mucho más impactante la construcción y evolución del mal que la cualidad innata del mismo.