Tenemos que hablar de Kevin

Crítica de Blanca María Monzón - Leedor.com

Cómo y por qué se llega a la tragedia

Cuesta reconocer que la infancia es la circunstancia clave del ser humano donde se evidencian las marcas que luego van a constituir la adultez. Antes se pensaba que el desafío tanto para los padres como para los maestros era la adolescencia. Pero hoy sabemos claramente que la niñez es la clave donde suceden los mayores conflictos e interrogantes.

Tenemos que hablar de Kevin trata de esto, aunque el mayor problema de la familia en cuestión sea justamente no hablar y negar la existencia de una realidad a costa de la propia vida y de la ajena.

Una pareja de clase media alta, con una buena relación entre ambos decide tener un hijo. Eva es una mujer plena en su relación amorosa y como profesional. Se dedica a escribir y editar guías de viaje, un trabajo bastante hedónico. Esta casada desde hace años con Franklin, un fotógrafo que trabaja en publicidad. Cerca de sus cuarenta años y tras muchas dudas nace Kevin, el producto de esa decisión.

Desde el comienzo de su relación con el hijo, nada se parece a los mitos creados y mantenidos por hombres y mujeres desde que el mundo es mundo. Ella siente que Franklin prosigue su vida normalmente y ella debe privarse de placeres que le son importantes como el sexo, la gimnasia o el vino.

El pequeño Kevin desde que nace será una prueba a la paciencia de la madre, que es en realidad con quien tiene el conflicto mayor, y a quien tortura sin pausa. Lo que comienza con llantos interminables, berrinches, escenas de histeria, va evolucionado lentamente hacia una violencia en principio invisible, que va adquiriendo con el correr del tiempo mayor visibilidad y mayor impunidad.

Kevin piensa que todo el mundo gira alrededor de él y poco a poco aprende con mucha inteligencia a dominar el hogar con continuas demandas, ataques de ira, recurriendo a múltiples estrategias, con cinismo y falta de compasión.

Estas marcas vienen acompañadas de una absoluta ausencia de culpa por el dolor que desencadena en el entorno, y de una incapacidad de empatía, mientras la madre que es su blanco predilecto boya entre el temor, la duda y el miedo a plantear una realidad, que no obstante la desborda, pero sigue siendo más fuerte mantener esa supuesta armonía familiar, incluso decidiendo la llegada de una hermana a esa casa, que en ausencia del padre se parece más a un campo sórdido de batalla, donde victimas y victimarios se acomodan cada vez en sus roles patológicos:

Alguien que es sólo un niño pero que actúa como un monstruo.

Ella, que hace intentos por establecer una relación emocional, cuyo resultado siempre es quedarse atónita y no hacer nada, ni imponerse, ni poner límites. El, absorto en su trabajo, típico macho que llega a su casa en busca del paraíso y de la propaganda de la familia feliz, de esas que comen pochoclo mientras miran la TV, y no percibe ni el agotamiento de la madre y minimiza hasta el absurdo la conducta del niño y desestima y malinterpreta los pocos comentarios de esta.

El complejo de Edipo fue uno de los pilares sobre el cual Freud armó su teoría, en base a la tragedia de “Edipo Rey” de Sófocles. No solamente para la teoría, ya que es el eje pulsional con el que explica como se estructura la personalidad, sino de la clínica, ya que de su evolución depende la forma en que se presentan a posteriori las distintas patologías. Pero este desorden del comportamiento obedece justamente a una insistencia en intentar encajar en los viejos esquemas patriarcales. Mientras la demanda de la vida laboral hace que los padres permanezcan mucho tiempo fuera de la casa, y en consecuencia cuando arriban a ella, resulta mucho menos complejo y desgastador no poner límites, la mayoría de las veces porque no se sabe bien donde se encuentran.
Y los niños que son como esponjas perciben la duda, el asombro frente a situaciones límites, la inacción y también la actitud de negación. Y de este modo van desarrollando al pequeño y terrible tirano. Todo esto sumado a una sociedad cada vez más consumista, que hace todo el tiempo el esfuerzo por paliar esa ineptitud con la inconmensurable oferta con que todos los medios nos bombardean.

Complejo panorama, con temas tratados por Michael Moore en su documental Bowling for Columbine que tomó como punto de partida la masacre del instituto Columbine (el trágico tiroteo que tuvo lugar en 1999 en el Columbine High School) para realizar una reflexión acerca de la naturaleza de la violencia en los EE. UU. Donde se refirió además al erróneo concepto armamentista de la sociedad estadounidense y a su concepción del miedo. Acá el arma es un arco y una flecha que va creciendo de tamaño a medida que Kevin crece.

Acontecimiento sobre el cual había ya había trabajado Gus Van Sant en el 2003, con Elephant. Aunque la estrategia de Gus Van Sant es exponer las cosas con un estilo más poético, donde no se explica demasiado aunque se diga todo. Es más, el título del film se refiere a la frase inglesa elephant in the room (es decir “elefante en la habitación”) usada para indicar los problemas enormes que todos ignoran a propósito. Una muy buena metáfora sin duda, que de otra manera remite a todo aquello sobre lo que no se habla.

No obstante los aspectos sociológicos y psicológicos sobre condición, motivación y conducta desde su génesis los tenemos acá, porque Lynne Ramsay indaga sobre el contexto familiar y lo hace magistralmente.

Basada en la novela de Lionel Shriver, el personaje de Eva intentará atravesar el duelo y todo lo que esto implica para la sociedad en que vive y donde es juzgada sin piedad.

Narrada en base a continuos flashback que se entrelazan en un guión impecable y protagonizada por Tilda Swinton en una memorable actuación. Tenemos que hablar de Kevin es un film que no puede dejar de verse en un tiempo donde este tipo de patologías se multiplican sin tener el claro si se desencadenan por una falta de educación emocional de los padres, si obedecen a factores genéticos hereditarios o si es el resultado de un deteriorado esquema patriarcal en el cual se insiste resolviendo sobre la marcha lo que debería ser hablado y tratado con seriedad y responsabilidad.

Este inusual thriller abre la reflexión sobre el tratamiento y el abordaje de lo que puede ser leído como un espejo de la ausencia de comunicación entre los integrantes de una familia tipo, o no.

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Publicado en Leedor el 6-04-2012