Tenemos que hablar de Kevin

Crítica de Alexander Brielga - Cine & Medios

El mal de occidente

Sabido es que Japón es uno de los paises con mayor tasa de suicidios del mundo. El japonés con problemas acaba con su propia vida. En los EE.UU., aquel que tiene problemas acaba con la vida de aquellos que están a su alrededor, y luego tal vez, si tiene lo que hay que tener, se suicide.
A través de un relato deliberadamente teñido de una estética indie que logra saturar de la peor manera, la directora Lynne Ramsay se la agarra con la buena de Eva, exitosa editora de libros de turismo que lleva una vida felíz junto al exasperante Franklin, hasta que tiene su primer hijo. Abundan entonces las idas y vueltas en el tiempo para narrar cada momento en la vida de esta pobre infelíz a quien la autora del relato decidió hacerla sufrir lo indeseable.
Si hay algo que destila este filme es sadismo, para con la protagonista y también hacia el espectador que asiste a cuanta humillación Eva pueda ser sometida. ¿Y por qué le pasa todo lo que pasa? Desde el inicio se insinúa una tragedia. La que comienza con el primogénito que de tanto llorar y llorar logra que su madre disfrute del ruido de un taladro en plena calle con tal de no escucharlo gritar. Un auténtico chico-problema, o lo que en nuestro argot rioplatense denominamos un "pendejo insoportable" que mientras va creciendo va adoptando una personalidad realmente satánica que muestra solo a su madre.
Hay que destacar la actuación de Tilda Swinton quien encarna un personaje llevado al extremo al que es complicado acercarse, establecer cierta empatía incluso desde su fisic du rol, tan andrógino. Lamentable es el rol dado al siempre eficiente John Reilly, su personaje carece de profundidad, es apenas un boceto de lo que debería y por eso molesta más de lo que aporta. Los chicos que interpretan a Kevin cumplen con creces su interpretación de la maldad hasta que Ezra Miller corona al personaje como el adolescente sin límites que desata el horror.
Película de difícil asimilación, con serios desórdenes argumentales, acaba siendo un manjar solo apto para masoquistas.