Telma, el cine y el soldado

Crítica de Milagros Amondaray - La Nación

En Telma, el cine y el soldado se nota que hay amor, candidez, disfrute, no solo por el proceso de filmación y todo aquello que puede romperse y rearmarse en ese recorrido tan sinuoso y maravilloso al mismo tiempo, sino también por esas figuras que entran y salen de pantalla que, en el caso de la ópera prima de Brenda Taubin, no son simplemente objetos de estudio. Mejor dicho: no son en absoluto herramientas al servicio del relato que la cineasta concibió junto a Mariano Pozzi, sino que son figuras dignas de su admiración y respeto, las verdaderas protagonistas.

Taubin nunca subestima a Telma, esa mujer de 74 años que, desde que aparece en pantalla, se gana la empatía del espectador, un punto clave a la hora de concebir un documental, incluso uno que trastoca las reglas. Telma asegura, en la primera secuencia del trabajo de la realizadora, que tiene tres sueños por cumplir, y uno de ellos será el puntapié de un recorrido de tintes detectivescos: la búsqueda de un soldado de Malvinas apodado “El Tano”, con quien su hija Lili se enviaba cartas de amor cuando tenía 15 años.

En sintonía con lo que hizo Maite Alberdi con su brillante documental nominado al Oscar, El agente topo, Taubin gesta una obra inclasificable con una protagonista carismática, un objetivo claro a cumplir y un interés por cruzar ocasionalmente hacia el terreno de la ficción con ingeniosos recursos, como si nos estuviera reafirmando que lo más fascinante de un rodaje son los momentos de espontaneidad, las infinitas posibilidades, el camino que se va desplegando a medida que un director va conociendo a sus entrevistados.

Taubin, sin embargo, entrevista muy poco, lo suficiente. Su película se desarrolla a partir de conversaciones de Telma con su familia y amigas del cineclub, de sus salidas, de sus ocurrencias, de sus llamados telefónicos a su hija, de su ímpetu y curiosidad. Cuando empieza la búsqueda de ese hombre, la directora retrata esa investigación amateur muchas veces exponiendo el artificio, un ejercicio osado que le juega siempre a su favor y que es la génesis de su impronta.

Por otro lado, en su documental (que fue parte del Marché du Film del Festival de Cannes, del Mercado del Festival de Málaga y que se proyectó en el último BAFICI) Taubin alude a lo absurdo de la guerra con flashes de la época, pero nunca olvida que es el humor (la más honesta de las manifestaciones de su obra) lo que siempre deberá terminar imponiéndose. Asimismo, hay una revaloración de los intercambios epistolares que la cineasta aborda con una secuencia de un lirismo conmovedor mediante la cual nos retrotrae a un tiempo en el que dos adolescentes proclamaban su amor de la forma más genuina posible.

Telma, el cine y el soldado es, justamente, una carta de amor a la evolución creativa, al impacto que puede tener una imagen proyectada ante una audiencia que se abstrae de su realidad. Como sucedía con ese soldado y esas cartas. Así es cómo nace un documental circular extraordinario y destinado a perdurar, como la tinta sobre el papel.