Ted Bundy: Durmiendo con el asesino

Crítica de Carla Leonardi - A Sala Llena

Embriagada de amor:

Los psicópatas siempre fueron fuente de una extraña fascinación, precisamente por tratarse de personajes a los que resulta difíciles sacarles la ficha. Esta cuestión, sumada al incremento de los femicidios y los recientes reclamos de los movimientos feministas pugnando por un derecho con perpectiva de género a la hora de tratar este tipo de delito, puede explicar la proliferación de diversas series y películas que abordan la temática de asesinos o depredadores seriales de mujeres, especialmente en las plataformas de streaming. Es en esta linea que, habiendo una serie documental, llega ahora la película de ficción sobre Ted Bundy del realizador estadounidense Joe Berlinger, sobre quien es considerado uno de los asesinos seriales más impactantes y mediáticos de los últimos tiempos, dada la gran cantidad de femicidios cometidos, su ferocidad y su capacidad para eludir la ley, en tiempos (1974-78) donde ni la policía ni la justicia contaban aún con una sistematización para abordar este tipo de crímenes, y la amplia cobertura periodística que tuvo su juicio, llegando a ser una suerte de celebridad a quien la gente pedía autógrafos.

La película abre con la visita de Liz Kendall (Lilly Collins) a Ted Bundy (Zac Efron) en la cárcel de máxima seguridad, donde él se acerca para conversar con ella sonriente y seductor, mientras que Liz se muestra seria y esquiva a sus adulaciones. A partir de aquí la película se construye como un flashback que da cuenta del comienzo y el desarrollo del vínculo entre ambos. Liz es una joven secretaria y madre soltera, insegura como mujer, que conoce a Ted en un bar de universitarios de Seattle en 1969. El acercamiento de Ted a ella, justo en el momento en que ella está agachada recogiendo unas monedas en el piso junto a la rocola, ya marca el sentido de la relación, donde Ted se coloca en un lugar de superioridad, desde el cual ejerce su fascinación y su dominio. A los ojos de Liz, Ted aparece como el novio ideal, la acompaña a su casa, no huye al saber que tiene una pequeña hija, respeta sus tiempos sin tener sexo en la primera cita y le prepara el desayuno a la mañana siguiente. Es el príncipe azul anhelado para quien se siente menos y vulnerable, viniendo de un fracaso amoroso anterior. El idilio romántico de una vida de pareja y familiar continúa sin sobresaltos y en contraposición al terror que se desata en diversos estados de Estados Unidos con la desaparición de varias jóvenes universitarias. Esto el director lo aborda mediante la inserción de secuencias familiares en estilo de cámara casera a las que yuxtapone la voz de la presentadora de televisión informando sobre las noticias policiales. El historial policial de Bundy va transcurriendo cronológicamente (hibridando la recreación de ficción con elementos de documental a través de registros televisivos y de la prensa escrita de la época), mientras se alternan los avatares de la relación de pareja. El vínculo incluso resiste cuando Bundy es detenido, juzgado y condenado en Utah por el ataque y el secuestro de una joven y también con su extradición, juicio y condena por asesinato en Colorado en 1977. Bundy se las ingenia para mostrarse vulnerable ante la posibilidad de perderla y para que ella mantenga la esperanza de su libertad y de consumar el sueño del casamiento maravilloso, la casa de familia y el perro, mediante sus llamadas telefónicas y cartas llenas de amor que la hacen sentir en la cima del mundo, embriagada en la voluptuosidad de las palabras.

Las señales están, pero Liz no puede verlas. De hecho es interesante y sugerente la escena en la guardería canina donde el can le ladra ferozmente a Bundy y este logra doblegarlo y tranquilizarlo con el poder de su hipnótica mirada. La negación inicial de Liz da paso a un estado depresivo, cuando ya no pueda cerrar los ojos ante la verdad. Se siente reducida a nada sin su amor, se refugia en el alcohol y se culpa ferozmente por haber dado su nombre a la policía al verlo parecido al identikit.

¿Cómo es posible que una mujer no pueda darse cuenta de que está durmiendo con el enemigo, como reza el título de la película? Más aún, tomando a Carol Ann (una vieja amiga, también madre de un hijo, que se casó y tuvo una hija con Bundy durante su encarcelación en el corredor de la muerte en Florida), ¿cómo es posible que una mujer se enamore perdidamente de un hombre condenado por varios asesinatos de mujeres? Este es el eje del film, que por la temática puede emparentarse con la película de ficción Un amor imposible (Catherine Corsini, 2019). El titulo en inglés extremadamente perverso, sorprendentemente malvado y vil, y el epígrafe del comienzo: “Pocas personas son capaces de imaginar la realidad” de Goethe, acaso puedan darnos un pista. El ideal del amor romántico en mujeres vulnerables, que no toleran las dificultades, frustraciones, imperfecciones que conlleva todo vínculo, se encuentra y encaja aquí con un hombre inteligente y de gran atractivo físico, pero de estructura perversa y personalidad narcisista, que disocia patológicamente un amor idealizado por la madre (de ahí la apariencia amable y respetuosa ligada a estas mujeres cuyo rasgo es ser madres) del odio hacia la mujer en tanto causa de deseo, volcado en la serie de las estudiantes universitarias. De ahí que resulte para aquellas en la serie de la esposa y de la madre, sumamente impensable e increíble, una realidad tan cruel y tan ajena a la cotidianeidad que ellas experimentaron; al punto que incluso las señales y condenas efectivas, y con suerte la confesión de los propios labios del perverso en cuestión, sean lo único que les permite poder separarse de él.

La pareja protagónica se ajusta a lo necesario porque lo que se pone en juego es el aspecto romántico de la personalidad de Bundy, más que su lado oscuro. La película de Berlinger tiene un comienzo promisorio al decidir narrar desde el punto de vista novedoso de la novia del asesino serial y adentrarnos en las posibles motivaciones del enganche de una mujer con un hombre con perfil psicopático. El problema es que, además de no asumir ningún riesgo a nivel formal, durante la segunda mitad el director pierde el anclaje en el punto de vista, sin poder profundizar en el aspecto que podría ser más innovador. Porque para que el centro pueda ser Ted Bundy no habría nada más efectivo, interesante y escalofriante que su propia confesión en las cintas en las cuales se basa la serie documental que el mismo realizador ya dirigió.