Tata Cedrón, el regreso de Juancito Caminador

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Fiel boceto del Tata Cedrón

No a todos les gusta la música, ni menos la entonación de Juan Carlos Cedrón, alias Tata, pero se hace querer. Transmite entusiasmo, simpatía, amor al barrio, que en su caso es el Saavedra de la infancia, que ya no existe, y la Boca de la juventud, que también ha cambiado. Así lo registra este documental de Fernando Pérez, que sigue sus pasos por Amsterdam, Paris y Buenos Aires, entre otros lugares, porque el hombre ha caminado bastante.

«Este tipo que canta milongas con inflexiones de como chiflaba un tango mi viejo mientras hacía su trabajo de marroquinería», lo retrata y da en el clavo el violinista Miguel Praino, alias El Profesor. Praino es cofundador del Cuarteto Cedrón, y todavía lo acompaña. Se fueron en 1974 escapando de la Triple A, se hicieron un nombre, ahora tienen nietos franceses, en el 2004 se instalaron de nuevo como si fuera ayer. Como si repitieran el Nocturno del gordo Troilo: «dicen que me fui de mi barrio. ¿Cuándo? ¿Pero cuándo? Si siempre estoy llegando». Sólo que en vez de repetir el Nocturno, Cedrón crea felicidades diurnas, vitalidades propias, inspirado en versos de escritores como Raúl González Tuñón (el de Juancito Caminador, por supuesto). E inspirado también en sus propias andanzas por bares y calles. La película suma diversos momentos, andenes, bambalinas, sobremesas, caminatas, recitales en la vereda de La Verdulería de Villa del Parque, para los vecinos, o al pie del Obelisco, para más vecinos. Junto a Paquillo, visita la tumba de su hermano Jorge, en Paris. Junto a nosotros, señala el Puente Negro, donde se despidieron de su hermano Alberto. Cuenta anécdotas, bromea, evoca el café concert Gotán de Talcahuano casi Corrientes que supo hacer historia en los 60, discute con dos viejos xeneixes apoyándose en unas líneas del «Arrabal salvaje» de Celedonio Flores («la resaca social de cien naciones, la miseria y la mugre vegetando. Es este mi arrabal, así lo veo, así lo quiero ver cuando me muera...»).

Cada tanto, Praíno, Paco Ibáñez, que los introdujo en España, viejos y nuevos miembros del Cuarteto, un alumno que hoy vive en Paris, Eduardo Makaroff, y un par de cantaores andaluces, dicen lo suyo. Pero es su voz la que se impone, y su voluminosa figura de hombre satisfecho de su obra. Retrato inconcluso, abocetado, feliz, el documental se hace agradable, si bien, por la misma falta de hilación, se alarga un poco, y pareciera que bien pudo terminar de un modo u otro. Igual, todo no iba a entrar, y como dice el propio Juancito Caminador, «terminada la función -canción, paloma y baraja- todo cabe en una caja. Todo, menos la canción».