Tata Cedrón, el regreso de Juancito Caminador

Crítica de Andrea Migliani - Puesta en escena

El regreso de un exiliado en París con su vida a cuestas y una poesía que traspasa la pantalla.
por Andrea Migliani

Cuando la dictadura arrecia lo mejor es irse, entre otras cosas porque además de la vida (menuda cosa), lo que está en juego es la continuidad del arte y todos sabemos que sin el arte muchos se mueren aunque sigan respirando.

Este es el caso de Juan "Tata" Cedrón que en este magnífico documental de Fernando Pérez Vacchini, es su propio guía. Nadie conoce mejor la propia praxis.

París puede ser una gloria pero el regreso es el que cuenta. París es el plano para exhibir un regreso que matizado con hermosos momentos musicales retoma una vida en el lugar en el que Cedrón elige vivir a pesar de los 30 años de exilio. A pesar de que allá todo marchaba bien.

Un reconocimiento y una recorrida devuelven el Buenos Aires de hoy al que le faltan cosas de ayer pero que mantiene ese sabor ameno de lo conocido. Tango en París, tango en Buenos Aires, que sea en Buenos Aires entonces.

Así desde el contraste de aquellos raros peinados viejos y el hoy, una vida se configura con sus ausencias, la de los amigos/músicos, parientes y la de los arraigos, su casa natal fue demolida pero Cedrón es más que un lugar, es más que un bar, es más que la suma de todas las cosas que lo configuran como sujeto y como artista. Entonces, las ausencias se pueblan de poesía y la música que se intercala sensible, maravillosa, poética, no es un efecto de montaje sino que es más del mismo ser. Un Cedrón auténtico.

Lo ideológico se monta inmanente en las recorridas barriales que operan como un reconocimiento del pasado y una activación de la memoria, una ideología que desde la más tierna juventud operó en el músico para que fuera quién es, se fuera adonde se fuera y regresará alguna vez porque siempre se vuelve al primer amor.