Tár

Crítica de Hernán Ferreirós - La Nación

En la escena más comentada de esta nueva película del exactor, guionista y director Todd Field (En el dormitorio, Secretos íntimos), la laureada conductora Lydia Tár (Cate Blanchett) -la primera mujer que dirige a la filarmónica de Berlín- dicta un seminario para aspirantes a directores en el prestigioso conservatorio Juilliard. Su monólogo pretencioso y narcisista que pasa por una clase, cargado de citas veladas (que van de Freud a Emily Dickinson) la lleva a discutir a Bach con un alumno llamado Max (Zethphan Smith-Gniest). Max afirma que “como una persona pangénero y BIPOC” -el acrónimo para el colectivo de las personas negras, indigenas y de color- no puede tomarse a Bach en serio. “Los compositores varones, blancos y cisgénero no me interesan”, agrega. “No estés tan ansioso por ser ofendido”, replica la conductora y, acto seguido, ironiza sobre las restricciones que las políticas identitarias pretenden imponer la creación artística.

Tár le hace notar al alumno que, de acuerdo a sus convicciones, como persona BIPOC no está en condiciones de conducir la pieza de Anna Thorvaldsdottir que admira, dado que se trata de una mujer blanca. “El arquitecto de tu espíritu son las redes sociales”, concluye la conductora, justo antes de que el alumno abandone la clase. Este intercambio fue visto por algunos críticos como un desmonte extraordinario del absurdo de las políticas de género y la cultura de la cancelación y, por otros, como el intento regresivo y muy fallido de burlarse de tales cosas, naturalizando la humillación de un individuo racializado a manos de una persona blanca y poderosa, justamente la dinámica que las políticas de género intentarían prevenir. La escena -filmada en un extenuante plano secuencia de 10 minutos, sin una razón evidente más que el lucimiento de la actriz- es, deliberadamente, todo eso a la vez: una crítica a las políticas identitarias y la exhibición de un abuso.

Aunque la película transcurre en el mundo elevado de la música clásica -predominantemente masculino-, no tiene tanto que decir sobre el arte o sobre el género de la talentosa directora de orquesta como sobre el uso y abuso del poder. Tal como la escena descripta, la presentación de este tema es conscientemente ambigua y está planteada como un problema más que como una lección moral. Lydia Tár presenta una característica cada vez más rara en los personajes del cine y la TV: es más de una sola cosa. “Cuando dirigí La consagración de la primavera me di cuenta de que todos somos capaces de cometer un asesinato”, dice ante una admiradora, “Stravinsky nos ubica en el lugar de víctima y victimario”. Tal parece ser el programa de la película. La premeditada vaguedad, las continuas elipsis del relato hacen que Tár no pueda ser fácilmente encasillada como una abusadora. Se sugiere que suele seducir a otras mujeres de menor rango en su ámbito laboral, pero a la vez resulta acosada por una de ellas, que padece un desequilibrio peligroso. Cuando intenta conquistar a una nueva y talentosa chelista rusa, ésta se muestra totalmente inmune a sus avances sin consecuencia alguna y Tár queda herida en más de un sentido.

La película intenta mostrar a este personaje ficticio con el grado de complejidad de una persona real. Al mismo tiempo, se va despegando tenuemente del realismo: comienza como una falsa biopic para acercarse, en el segundo acto, a un inesperado relato de fantasmas. Un susto de proporciones dignas de David Lynch aguarda a quien logre descubrir en un primer visionado las casi invisibles siluetas que espían a la conductora desde las sombras. Si se trata de su acosadora, de un espectro o de una metáfora de la culpa de la protagonista es algo que, como muchas otras cosas, el film elige no definir.

La interpretación de Blanchett, quien es candidata a su tercer Oscar por este rol, parece irremediablemente afectada: una actriz que actúa demasiado y nunca logra desaparecer en su personaje. Sin embargo, como deja en claro la larga primera escena -un reportaje público a la conductora-, Tár siempre está en un escenario, siempre está cumpliendo un rol, aún en la intimidad. Su identidad es una interpretación: el nombre Lydia Tár con sus reminiscencias de Mitteleuropa es falso, la conductora se llama Linda Tarr, que evoca a la mucho más prosaica Mittelamerica. Blanchett canaliza en su composición melindrosa esas múltiples capas de realidad. Las mismas que ofrece esta película atípica, tan pretenciosa, desconcertante y difícil de encasillar como su personaje protagónico.