Tanta agua

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Dulce y melancólica

Comedia dramática uruguaya, sobre el vínculo de un padre divorciado con sus hijos.

Tanta agua es, al mismo tiempo, melancólica y luminosa. La tentación, tratándose de una película tan uruguaya, una de las tantas surgidas de la matriz 25 Watts / Whisky, es llamarla comedia triste. Pero no, porque la opera prima de Ana Guevara y Leticia Jorge no intenta ser una comedia ni, mucho menos, un drama. En realidad, parece no tener intenciones, en el mejor de los sentidos, en el sentido de no manipular, ni siquiera tensando un nudo dramático.

La narración surge de los actos y actitudes de los personajes. Actos y actitudes que suelen ser pequeños y que son transmitidos con un delicado uso de la elipsis. En resumen: Tanta agua no subestima al espectador, y funciona en base a las sensaciones de los personajes -sin necesidad de que ellos las expliquen verbalmente- y de sus vínculos. Los protagonistas son un hombre divorciado, de alrededor de 50 años, llamado Alberto (gran trabajo de Néstor Guzzini); su hija adolescente, Lucía (Malú Chouza, genial en su apatía); y su hijo menor, Federico (Joaquín Castiglioni), un niño de diez años, que vive con la boca fruncida.

Al comienzo, en Montevideo, el hombre pasa a buscar a los chicos por la casa de su ex esposa. La idea es disfrutar de unos días al aire libre, en unas termas cercanas a Salto. Pero la lluvia constante los obligará a una convivencia incómoda -por la falta de espacio, por la falta de hábito, por mil razones- en una cabaña. Con naturalidad, Alberto le pide a Lucía -a la que quiere, aunque le cueste comunicarse con ella- que se encargue de algunas tareas domésticas. Su leve machismo, que tal vez él no perciba, se completa con un vínculo más fluido con su hijo varón, cuya edad es menos problemática.

Ninguno de los personajes es maniqueo: todos tienen sus razones, aunque las directoras no las hagan explícitas. Cuando el tedio aplasta al trío familiar, Alberto finge pasarla fantástico: la forma más contundente del patetismo. Si en Whisky uno de los protagonistas simulaba, ante su hermano, estar en pareja; en Tanta agua, el padre inventa ante sus hijos que se divirtió en una pileta de la que, en realidad, lo echaron por la tormenta eléctrica. Pero su frustración estallará, brevemente, contra otro automovilista (las letras de la patente de Alberto conforman la palabra SAD: triste, en inglés).

La película, lograda también en lo formal y nada estridente, fluye con naturalidad. En la segunda parte, el punto de vista será, con mayor exclusividad, el de Lucía, quien irá abriéndose a la vida adulta, con sus vaivenes, que a veces son tan oscilantes como los meteorológicos.