Tangerine

Crítica de Diego De Angelis - La Izquierda Diario

Tránsito perpetuo

Sin perder el tiempo, casi como urgido por el tren de una historia que no se quisiera perder nadie –pero que de hecho, de acuerdo a su pronto repliegue de la cartelera, se la están perdiendo todos-, Tangerine (2015), la notable película de Sean Baker, anunciará desde la primera escena el impulso que desencadenará el conjunto de acontecimientos de un relato que avanzará a puro vértigo. Dos amigas travestis en un bar conversan animadas, festivas, contentas de volver a verse. Es Navidad y Sin-Dee (Kitana Kiki Rodríguez) regresa a la ciudad después de pasar veintiocho días en prisión. Pero la alegría del reencuentro durará, como cada escena, poco. Porque Alexandra (Mya Taylor), casi al pasar, a partir de un comentario entre inocente y burlón, le revelará que su novio, un chulo llamado Chester, la ha estado engañando con una mujer, una de las prostitutas que trabajan para él. La noticia escandalizará de inmediato a Sin-Dee. No solo por la infidelidad, sino más bien por haber sido engañada con una mujer, lo que convierte a la traición en una ofensa digna de venganza. Sin-Dee saldrá a la calle en busca de los culpables.

La acompañará su amiga Alexandra. Será ella quien intente calmarla y convencerla de que los hombres no valen la pena. Casi a los gritos le solicitará, como prerrequisito para ayudarla, que no haga del conflicto un drama. Condición sine qua non que Baker afortunadamente sostendrá como principio narrativo. En ningún momento, bajo ningún punto de vista, la película sucumbirá en la tentación ideologizante de una representación plañidera y quejosa de almas perdidas. No se entregará al sórdido barro de la conmoción sensacionalista. Asumirá una perspectiva diferente, absolutamente audaz, determinada por la vitalidad y desparpajo de sus personajes y sostenida por un ritmo galopante provocado por la utilización versátil de recursos –para empezar, la película fue filmada íntegramente con un Iphone 5-. La infidelidad que sufre Sin-Dee será el puntapié inicial no para el despliegue lento de un drama insufrible, sino para el inicio de una cruzada irreverente por la ciudad.

Una road movie urbana. Un trip febril por Los Ángeles, pero ligeramente desviado de sus reconocidas vidrieras de glamour hollywoodense. “Los Ángeles es una mentira con un envoltorio bonito”, rezongará en algún momento uno de los personajes. El film de Baker trazará un recorrido diverso. Identificará aquellas otras estrellas que rondan por los callejones deslucidos de la ciudad. Un itinerario cuyo espacio central de referencia serán las esquinas. Por allí pasará Sin-Dee una y otra vez, saludándose y puteándose con sus camaradas. La cámara la seguirá por una geografía iluminada por postes de alumbrado público y carteles de luz brillante. Su travesía abarcará moteles, lavanderías, paredones, playas de estacionamiento, baños públicos, colectivos, subterráneos, locales de comida rápida. Lugares definidos por la condición que acaso determina su propio trabajo y su propia identidad: la transitoriedad permanente.

La cámara seguirá también la trayectoria de Alexandra, quien además de ejercer su profesión a diario, intentará desarrollar su talento como cantante. Repartirá invitaciones a los amigos y clientes preferidos para uno de sus shows. Con otros tendrá problemas. Los clientes serán representados como tipos que aguantan, que se quejan de sus familias. Hombres que necesitan acabar con desesperación. Otro itinerario estará marcado por un taxista armenio, quien llevará y traerá a distintas personas y conflictos. El armenio es padre y sostén de su familia, pero además consumidor habitual de travestis. Buscará consuelo en ellas, como una oportunidad para realizar un cierto tipo de liberación sexual siempre postergada. La película desnudará la doble moral pequeñoburguesa, pero sin enfatizarla ni juzgarla. Las calles exhibirán la ausencia de pudor. La subjetividad encontrará allí la inestimable posibilidad de su expansión.

La historia transcurrirá casi en su totalidad en exteriores. Será precisamente en la ostentación de su exterioridad donde el film alcance a lucir la condición excéntrica del travesti. Bajo el pulso de su ritmo alocado, Tangerine evidenciará, como sus personajes, la imposibilidad de una determinación categórica. Baker superpondrá y alternará procedimientos. Finalmente terminará por consolidar una película múltiple: sobre la aventura travesti en la ciudad, sobre la soledad que implica sobrellevar un deseo, sobre el valor de la amistad. No es poco. Y sin embargo, tal vez ya no sea posible verla en cines. Las buenas oportunidades suelen durar lamentablemente muy poco.