Tan fuerte y tan cerca

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Duelo y odisea

Discreto filme, inferior al libro de origen.

Jonathan Safran Foer publicó Tan fuerte, tan cerca (en la traducción española el título no llevaba el “y”) en 2005. Escrita bajo el influjo reciente del atentado a las Torres Gemelas, la novela no sólo confirmó el talento literario del autor de Todo está iluminado : mostró, además, una forma novedosa de instalar al libro/objeto como instrumento narrativo, en especial a través de imágenes que representaran lo que no pueden representar las palabras.

Un ejemplo: Oskar, el chico que narra sus sensaciones ante la muerte de su padre en el ataque del 11/9, cuenta que se va a dormir. En las páginas siguientes, se suceden trece imágenes, bellas y perturbadoras, lógicas e ilógicas: su sueño/pesadilla. Hay muchos otros pasajes que demuestran ingenio y versatilidad, sumadas a una prosa que reproduce el punto de vista infantil, en equilibrada oscilación entre el dolor contenido, la melancolía, la candidez, la agudeza y el humor amargo.

La película, dirigida por Stephen Daldry, es un ejemplo, uno más, de la ineficacia que supone traspolar la literatura al cine, sobre todo cuando las imágenes parecen ser meras ilustraciones de la palabra escrita. Una mudanza, en este caso, con grandes pérdidas. En primer lugar, el delicado lirismo; en segundo, la sutil creatividad para abordar un tema complejo.

El guión de Eric Roth ( Forrest Gump , El curioso caso de Benjamin Button ) muestra, especialmente en la segunda hora de película, una clara tendencia al sentimentalismo, la manipulación, el golpe bajo. Recurso que Safran Foer evitó y que la dupla Daldry/Roth utilizó como gancho de taquilla. Hasta ahora les valió la nominación al Oscar a mejor película, por ¿absurdo? que suene.

El que no leyó el libro, y busque conmoverse sin cuestionar la ética de esta adaptación, encontrará –probablemente- la emoción deseada. El debut actoral de su protagonista, Thomas Horn, es más que aceptable. Lo secundan actores de peso, como Max von Sydow (otra candidatura al Oscar), Tom Hanks (en el papel del padre) y Sandra Bullock (la madre).

El filme se basa en recursos transitados: la voz en off del chico, que reproduce la primera persona del libro y nos transmite su encierro interior; y flashbacks , que nos muestran la relación con su padre y, de a poco, qué ocurrió durante lo que él llama “el peor día”. Hay secuencias que sí funcionan: la del 11/9, cuando Oskar sale del colegio, percibe la realidad distorsionada –como en una pesadilla- y, al llegar a su casa, se encuentra con los primeros mensajes dejados por su padre desde una de las torres. O, más adelante, cuando el niño nos transmite toda su paranoia.

Oskar, fóbico con razón, encuentra una llave que perteneció a su padre en un sobre con la palabra “Black”, que él interpreta como un apellido. Entonces, urde un plan monumental y alocado: visitar a todos los Black de Nueva York, hasta dar con la cerradura. Una bella metáfora, en el libro resuelta con elegancia.

La película, en cambio, opta por ser enfática. Por caso, al transmitir la angustia suplementaria de Oskar ante la imposibilidad de recuperar, al menos, el cuerpo de su padre. O al mostrarlo en su vínculo con un personaje –imposibilitado de hablar- que también sufrió históricas orfandades. Safran Foer los moldea en base a estilo y astucia; Daldry, apoyándose en lacrimógenas demandas del mercado.