T2: Trainspotting

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

TODO SIGUE IGUAL

La pregunta que atravesaba permanentemente al proyecto que significaba la secuela de Trainspotting era “¿para qué?”. Lamentablemente, esa pregunta persiste durante y después de ver T2: Trainspotting, que a lo largo de su argumento realiza un movimiento extraño: una especie de giro de 360º, donde la progresión es sólo aparente, porque a pesar de los gestos audiovisuales estrambóticos, del montaje acelerado y de los personajes corriendo de un lado para otro, todo permanece en el mismo lugar.

En verdad, estamos ante una reescritura un tanto lavada y culposa de lo que fue el film original, que vuelve a girar alrededor del sinsentido permanente que marca a toda una generación, las adicciones como formas de escape hacia ninguna parte, esa necesidad de crecer pero no saber cómo y, finalmente, la traición como forma de definirse a uno mismo y en relación con los demás. Lo lavado y lo culposo surge más que nada desde ciertos monólogos de Renton (Ewan McGregor), que hacen referencia a esa existencia que es la nada misma y que continúa de igual modo, veinte años después, en su vuelta a Escocia y su reencuentro con sus antiguos compañeros; o de los apuntes de Spud (Ewen Bremner) que hacen foco principalmente en lo ocurrido en la primera parte y los dilemas que siguen acosando a todos los protagonistas en el presente. Es como si la palabra sirviera como expiación, pero también como contención y reconfiguración mainstream: ya no están las imágenes alucinadas, sucias y hasta horrorosas que interrogan al espectador, como sucedía en la primera entrega, sino a lo sumo como mera provocación o a lo sumo evocación de los hechos previos.

Quizás lo lavado y lo culposo era inevitable en T2, porque ya en Trainspotting había un germen de culpa, vinculada al acto inolvidable que representa la traición. También hay que tener en cuenta que la estética del film de 1996 influyó notablemente en buena parte del cine de los años posteriores, siendo incorporado a variadas expresiones del mainstream británico, hollywoodense y de otras partes del mundo. Asimismo, prácticamente todos los participantes de esa película pasaron a integrar centralmente el sistema al cual parecían interpelar inicialmente: Danny Boyle es de los cineastas británicos más populares y llegó a ganar un Oscar; Irvine Welsh es un autor de referencia cuasi generacional; McGregor es una verdadera estrella; e incluso Bremner, Robert Carlyle, Jonny Lee Miller y Kelly Macdonald desarrollaron sólidas carreras en cine y televisión. Entonces, ¿desde qué lugar había margen para plantarse en una posición revulsiva y contestataria?

Por eso quizás el mecanismo de repetición de T2, ese volver a contar lo mismo para decirnos que veinte años después nada ha cambiado, el diálogo -o más bien guiño- con la antecesora. Hay, es cierto, un movimiento consciente por parte de Boyle y del elenco de la película de que se está exhibiendo una remake más que una secuela, pero parece más que nada un gesto obvio, un refugiarse en cierta seguridad de lo ya conocido, donde la convicción es un bien escaso. De innovación, progresión o anticipación, mejor ni hablar. Ya nada es lo mismo para Boyle y su pandilla, ya no son jóvenes con ganas de dar vuelta todo, son tipos grandes, maduros y burgueses tratando de hacerse cargo de que ya no pueden cambiar nada, que el momento de la rebeldía se acabó y ahora sólo queda recordar la juventud perdida, mientras se cumple con los pedidos del mercado.

Y lo que pide el mercado es nostalgia, que es lo único que tienen a mano los espectadores que a mitad de los noventa, al borde del nuevo milenio y en plena consolidación de la globalización, creían ser rebeldes por reivindicar un film bastante desesperanzado que les decía que formaban parte de una generación que ya desde su concepción estaba hecha pelota. La secuela/reversión/actualización que es T2: Trainspotting viene a decirles que la profecía se cumplió, que la globalización terminó de triunfar no sólo en Edimburgo sino en todo el mundo y que sólo queda el guiño, el gesto, la repetición hasta el infinito. El problema es que no había necesidad de otra película para saber esto.