Synecdoche New York. Todas las vidas, mi vida

Crítica de Emiliano Fernández - CineFreaks

Dividiendo el átomo

La ambición artística de Charlie Kaufman llega a niveles insospechados en la revulsiva Synecdoche, New York (2008), ópera prima como realizador de un guionista mítico dentro del mundillo cinematográfico de la última década. Sus obsesiones particulares regresan magnificadas en un film desvergonzado que funciona como un canto a la introspección existencial y el debate sobre el proceso creativo: así nos topamos con la experimentación formal, el melodrama exacerbado, secuencias surrealistas, mucho humor negro, un desarrollo visceral de personajes, la originalidad más arrogante y una enorme cantidad de proyecciones cruzadas entre el responsable máximo del devenir en pantalla y los pobres espectadores en sus butacas. Muy lejos de las comedias estúpidas del mainstream estadounidense y europeo, aquí el inconformismo y la crítica son los principios rectores.

Caden Cotard (Philip Seymour Hoffman) es un director de teatro meditabundo a cargo de una adaptación de La muerte de un viajante de Arthur Miller en un reducto arty de Schenectady, en los suburbios de New York. Mientras que su carácter depresivo lo distancia de su esposa Adele (Catherine Keener) y su cuerpo padece una larga serie de enfermedades iniciadas con un accidente doméstico, de a poco comienza a flirtear con Hazel (Samantha Morton), la chica de la boletería. A pesar de la terapia de pareja en manos de la psicóloga Madeleine Gravis (Hope Davis), pronto Adele lo abandona llevándose a su pequeña hija con ella en pos de un futuro dichoso en Berlín. De imprevisto Caden recibe una beca MacArthur y con el dinero decide montar una obra brutalmente honesta en donde pueda volcar todas sus inquietudes... para ello alquila un gigantesco depósito en Manhattan.

Gran parte de la película se divide entre los ensayos de una pieza en constante crecimiento y los vaivenes tragicómicos de la vida personal del protagonista. Los trabajos de Kaufman han mantenido a través del tiempo una coherencia envidiable, siempre fieles a un derrotero tan alucinógeno en su calidoscopio estilístico como sorprendente en términos de valoraciones nihilistas. Combinando la comedia absurda de ¿Quieres ser John Malkovich? (Being John Malkovich, 1999) y Human Nature (2001) con la melancolía paranoica de Confesiones de una mente peligrosa (Confessions of a Dangerous Mind, 2002) y Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2004), la propuesta en sí es una suerte de “continuación conceptual” de El ladrón de orquídeas (Adaptation, 2002), el extraordinario segundo opus del también misántropo Spike Jonze.

Uno no puede más que maravillarse ante semejante cúmulo de escenas inclasificables, diálogos épicos y situaciones de una lucidez abrumadora. Kaufman, consciente de las reacciones contradictorias que genera en el público, se anticipa a ellas, se burla a puro desparpajo de las posibles refutaciones y como si esto fuera poco continuamente redobla la apuesta en lo que a la argumentación filosófica se refiere. El metadiscurso insaciable y los detalles intertextuales se amalgaman con el fin de parodiar tópicos clásicos del “arte elevado” como la autoindulgencia, el realismo, los parámetros de representación, la disponibilidad de recursos o el estancamiento profesional. La ridiculización de los ideales burgueses corre a la par de la explicitación de los callejones sin salida que la vida nos impone a diario: en el filtro quedan muchísimos interrogantes y casi ninguna conclusión.

Aunque Synecdoche, New York recuerda por momentos al cine de Woody Allen, Ingmar Bergman y Luis Buñuel, en realidad representa una celebración altisonante de todas las desproporciones características de Kaufman. Al igual que Imperio (Inland Empire, 2006) de David Lynch, el film marca un punto de inflexión en su carrera por la sencilla razón de que estamos ante una síntesis suprema de lo expuesto en el pasado. Se agradecen una vez más el desapego a las fórmulas hollywoodenses, la violencia expresiva, el tratamiento intrincado y la brillantez del elenco en su conjunto; con generosas participaciones de Emily Watson, Jennifer Jason Leigh, Dianne Wiest y Michelle Williams. Mientras que la figura retórica del título toma a la parte por el todo o viceversa, el hoy director vuelve a alterar sentidos en un juego de duplicidades, encadenamientos discursivos y eternas subdivisiones.