Suzume

Crítica de Martín Fernández Cruz - La Nación

Sería absurdo plantear que “Makoto Shinkai es el secreto mejor guardado del cine de animación actual”, porque ni es un secreto y mucho menos está guardado. Sin embargo, sí se podría asegurar que el suyo es uno de esos nombres que puja por conquistar a un público que aún conserva un prejuicio contra la animación. Y es que Shinkai, junto con Mamoru Hosoda (responsable de las notables Summer Wars y Belle, entre otras) es un autor que sigue la estela vigente del padre todo poderoso Hayao Miyazaki, cuyo mérito no solo es su cine, sino también evidenciar la riqueza de la animación (japonesa) como plataforma narrativa. Con siete largometrajes a cuestas, Shinkai demuestra a fuerza de cine una mirada que escapa a cualquier etiqueta, y logra así llamar la atención de los ajenos a la animación. Y Suzume, su último título, es un nuevo paso en el marco de esa carrera.

La historia transcurre en un pequeño pueblo de Japón, en el que una adolescente llamada Suzume descubre una misteriosa puerta, que conecta con otra dimensión. De manera accidental, ella se convierte en una suerte de guardiana para una serie de portales que aparecen en distintos lugares, a los que debe cerrar para evitar que se produzcan severas catástrofes naturales. Junto a Suzume se encuentra Souta, un joven que está conectado con esas puertas y que es el único que conoce el poder que se esconde detrás de ellas. Si bien Souta es el encargado de mantener un delicado equilibrio entre ambas realidades, un hechizo que lo convierte en una pequeña silla, lo lleva a hacer equipo con la adolescente, para contener ese poder que amenaza desde el más allá. Y bajo esa premisa, la protagonista se embarca en una aventura que sorpresivamente, le permitirá explorar rincones ocultos de su pasado.

A través de este film, Shinkai vuelve a muchos de los temas habituales en su obra, entre ellos el viaje de una heroína que debe estar a la altura de un gran desafío; la aparición de un mundo oculto que se vincula a su pasado, y un eje establecido a partir de una dinámica entre maestro y alumna. Pero en esta propuesta, más allá de la aventura y del camino iniciático que hace Suzume, lo verdaderamente importante es el tono establecido, y la construcción de un mirada reposada.

Shinkai no apura la acción ni obliga a sus personajes a saltar de un escenario al otro, sino todo lo contrario. Este autor deja macerar a sus héroes, con el fin de construir un puente sólido entre ellos y el espectador. De esa manera la película corre sutilmente su eje, y pone su corazón en el universo emocional de Suzume y cómo ella intentó crecer luego de sufrir una dura perdida durante su niñez. Y esas famosas puertas que deben ser cerradas, son apenas el McGuffin frente a un relato que conmueve por la calidez de su tono, y que confirma a Shinkai como un nombre indispensable del cine actual.