Suspiria

Crítica de Rosana López - Fancinema

LA NUEVA ACADEMIA DE SEÑORITAS

Con todo el prejuicio que conlleva analizar una remake de un clásico de culto, y encima de terror, como lo fue una de las propuestas más siniestras, exquisitas y psicodélicas del maestro Darío Argento, Suspiria, al tano Luca Guadagnino no le tembló el pulso en hacer propia -nunca mejor dicho- esta recreación. Algo similar a cuando Rob Zombie tomó entre sus manos la increíble Halloween de Carpenter para hacer un drama autoral de terror con una fascinante perspectiva.

Señalar al director de la preciosa Llámame por tu nombre como un artista que “ama más que le digan cineasta” (como ha dicho el compañero Colantonio) que por su entrega en esta película, sólo es quedarse con una visión un tanto peyorativa y equívoca si sólo buscamos comparar esta remake con la carga simbólica y estridente de Argento. Claro que este último, no sé si por celos -algo que recuerda a George Romero- a quienes retoman sus obras cumbres, se refirió a Guadagnino como un buen muchacho que pese a todo había traicionado el espíritu de Suspiria. ¿Acaso los cineastas deben copiar plano por plano las antiguas obras? ¿Qué mejor que inspirarse libremente pero con resultados sostenibles como con esta Suspiria?

Desde ya el film vino a instalarse para sembrar detractores y amantes ante una remake que presenta un cambio de registro sofisticado, y mucho más cercano a lo onírico que su antecesora de 1977. Y con esto no estoy diciendo que una sea mejor que otra; todo lo contrario, las dos son obras autorales diferentes que se valen por sí mismas.

En esta oportunidad se deja de lado el giallo tan característico del estilo de Argento y la magia tétrica del Technicolor, que teñía las paredes con luces rojizas llamativas, y se ofrecen a cambio más oscuridad y espacios tenebrosos dentro de una prestigiosa academia de baile alemana. Guadagnino elige ubicar su película a mediados de los 70’s para contextualizar la historia en medio de una Alemania dividida y acechada por el terrorismo de la Fracción del Ejército Rojo.

Nuevamente una joven bailarina americana (interpretada por una destacada y concentrada Dakota Jonhnson) viaja para estudiar técnicas modernas en el Viejo Continente. Guadagnino se encarga de profundizar un poco más en las distintas facetas pasadas de esta protagonista, oprimida en su seno familiar, y utiliza el recurso con algunos saltos de tiempo. Un personaje que parece no sospechar lo que ocurre a su alrededor a comparación de la Suzy de Jessica Harper, siempre asustadiza y en guardia que aquí tiene su merecido cameo. La nueva Suzy parece estar más interesada en resaltar y pulir su performance, hasta de confrontar su “visión técnica” a su experta profesora.

Con este lúgubre clima perteneciente a la trilogía de las Tres Madres, Guadagnino establece de entrada quiénes son las víctimas y las malvadas para dar un giro inesperado y poco efectista en su tramo final. Un final que llega tarde y cansino, por el recorrido de sus extensas dos horas y media de duración, aunque la atmósfera creada es misteriosa y mágica durante el trayecto. Esta Suspiria es asfixiante a su estilo. Sabe exponer muy bien esos zoom y algunos travellings en 360 tan característicos del mejor cine de terror de la segunda década de oro: los 70’s. Algo que el español Paco Plaza supo hacer suyo con la excelente La posesión de Verónica. Y volviendo a Suspiria, entre las pocas y sorpresivas muertes en tiempo y forma -a comparación de la sabida ola de asesinatos de su predecesora, bien del patrón giallo-, se destaca una de las mejores escenas que guarda conexión con la belleza coreográfica de nuestra protagonista.

Guadagnino guarda un subtexto en este film de empoderamiento femenino y político que necesita florecer en aquella Alemania oprimida. Como si aquella academia no sólo impartiera un saber artístico, sino de identidad donde lo sexual está muy arraigado en las danzas contraculturales. Además, el director sabe sacar jugo del reparto, no sólo de una “encasillada” Johnson sino también de la sublime Tilda Swinton, que ejerce con asombrosa naturalidad los papeles que representa, sumado a una naif pero complementaria Mia Goth y una poco explotada Chloe Moretz.

En clave psicológica, pero un peldaño más oscuro que El cisne negro, la nueva Suspiria vino a plantar bandera para mostrar elitismo narrativo, climas lúgubres y bailarinas que gritan al unísono “aquí estamos nosotras empoderadas”. Bienvenidos a los espectadores si saben apreciar una mutación autoral que no busca comparaciones, sólo la entrega al disfrute a un nuevo terror refinado y evolucionado que busca reflotar al género. Y bienvenido sea el nacimiento de una trilogía que promete.