Suspiria

Crítica de Juan Pablo Martínez - A Sala Llena

Hace unos años ya había surgido la idea de hacer una remake del clásico de Dario Argento. De hecho, quien tenía los derechos era el mismo Luca Guadagnino, pero su idea no era dirigir sino producir. El director iba a ser David Gordon Green, y se habló tanto de Natalie Portman como de Isabelle Fuhrman, la extraordinaria estrella de La huérfana de Jaume Collet-Serra, para el protagónico. Como muchos proyectos que a uno lo entusiasman, finalmente quedó en la nada. Pero extrañamente, el mismo año en que la remake de Suspiria se concretó finalmente con Guadagnino en la dirección, Green, un director que, al igual que Guadagnino, no viene del terror, se acercó a otro clásico del género con su secuela directa de Halloween. Esa película fue, por lo menos para algunos de nosotros, una carta de amor al género en general y a Carpenter en particular; una película que sabía dialogar con su film de origen de forma inteligente y sin recargar las tintas en ningún momento, siempre a fuerza de una narración sólida y varias grandes ideas visuales.

Guadagnino se dice fanático de la Suspiria de Argento, pero poco y nada de lo que vemos en pantalla da cuenta de eso. Como punto de partida, esto podría haber sido interesante: la idea de una remake que bien podría irritar a los fans del original es algo que resultó muy bien en, por ejemplo, el cover de “Comfortably Numb” de Pink Floyd a cargo de Scissor Sisters, de ritmo irresistiblemente bailable y con falsetes a la Bee Gees; una falta de respeto total y absoluta a una banda que se las da de “elevada” y cuyos fans tienden a actuar en consecuencia. Pero el caso de Guadagnino con Suspiria es más bien el opuesto: el director pareciera desdeñar ese desparpajo, ese espíritu juguetón, ese carácter urgente que tiene la película de Argento y, por qué no, el terror en general. Últimamente ha habido varios casos de películas que se creen más que el género al que pertenecen, como Drive de Nicolas Winding Refn, La bruja de Rupert Eggers y Viene de noche de Trey Edward Shults (muchos también ubican en este grupo a El legado del diablo de Ari Aster, aunque para quien esto escribe es una película que parte de lo terrenal y lo cercano y reconocible para terminar abrazando el género como pocas otras películas en los últimos años), pero tal vez Suspiria sea el exponente más acabado de esta vertiente.

Guadagnino nos entrega aquí una de esas supuestas “películas-experiencia” que hacen agua por todos lados, una paparruchada sin ton ni son que, escena tras escena, se encarga de remarcarnos una profundidad que en realidad no existe. Guadagnino se hace el fino en secuencias que parecen un amalgama del infierno entre la televisación de un desfile de moda y el registro de una clase de expresión corporal, subestima al espectador haciendo que los personajes expliciten información que ni siquiera es demasiado relevante, repite una misma idea de montaje hasta el infinito, utiliza de forma paupérrima la música que Thom Yorke escribió para la ocasión (el clímax grandguiñolesco de la película, musicalizado con el pianito y la voz sensibles de Yorke, es un momento de incompetencia que sorprende en alguien que tan bien había utilizado las canciones en Llámame por tu nombre) y, para colmo de males, lleva todo al pavoroso terreno de la alegoría, lo cual da lugar a los momentos más imbéciles de la película.

En uno de sus tantos actos de arrogancia y grandilocuencia, Guadagnino y su guionista David Kajganich decidieron que el subtítulo de Suspiria fuera “Seis actos y un epílogo en una Berlín dividida”. Y este subtítulo termina pesando más que el título en sí: la película se pierde en su contexto (la Berlín convulsionada de fines de los 70, pero también las secuelas del Holocausto y otros Temas Importantes) sin entender que el mejor terror puede hablar de muchos de estos temas sin subrayarlos de esta manera y sin convertir a la película en cuestión en algo parecido a esos bodrios que nominan al Oscar a Mejor Película en Lengua Extranjera y de los que uno termina olvidándose a los dos meses.