Super 8

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Héroes juveniles con sabor a nostalgia

Steven Spielberg tal vez sea la gran bestia sagrada del cine de Hollywood. Capaz de ir de “La lista de Schindler” a “La guerra de los mundos”, acá es importante destacar que Spielberg dirigió “E.T., el extraterrestre” y escribió “Los Goonies” para que la dirija Richard Donner: dos películas que retratan, en un contexto de aventura, la vida de los preadolescentes y adolescentes a principios de los ‘80.

El buen Steven es también mentor de muchos realizadores, como cuando le produjo “Volver al futuro” a Robert Zemeckis (su amigo George Lucas escribió Willow, el comienzo de la carrera de Ron Howard). Hoy en día, Spielberg prohíja a dos figuras del cine actual, que tal vez sean pasibles de considerar herederos: Michael Bay, director de la saga de “Transformers”, de “Armagedón” y “Pearl Harbor”, y J.J. Abrams, la mente detrás de las series “Lost” y “Alias, de “Cloverfield” y la última “Star Trek”.

Quizás sea este último el heredero del mejor Spielberg, y quizás por eso éste le produjo “Super 8”, donde Abrams captura aquel espíritu de “E.T.” y “Los Goonies”, sazonando tal vez con un poco de la oscuridad de “Cloverfield”.

Amenaza invisible

En el verano de 1979, un grupo de amigos adolescentes en el pequeño pueblo de Lillian, Ohio, está tratando de filmar una película en Super 8 para participar de un concurso cuando les toca ser testigos de un violentísimo accidente de tren, provocado por un profesor de la escuela. Tal como nos enseñó Hollywood, enseguida se despliega un operativo de la Fuerza Aérea, encabezado por el detestable general Nelec. Sin embargo, “algo” parece haber salido de ese tren, y la sumatoria de una información que el profesor les da a los jóvenes con una sucesión de inexplicables desapariciones de personas, electrodomésticos y cables eléctricos dan la pauta de que peculiares habas se cuecen en ese pueblo.

Lo mismo empieza a sospechar Jackson Lamb, adjunto del sheriff y padre de Joe, el protagonista de marras. Joe es el decorador y maquillador del amateur equipo, y pronto se verá en una doble tensión: romántica, con la bella Alice Dainard (curiosamente hija del peor enemigo de su padre, ya se verá por qué), la actriz del rodaje; y un conflicto con su mejor amigo, el aprendiz de director allá George Romero, Charles Kaznyk.

La historia llevará a una crisis general al pueblo, y obligará a los jóvenes amiguitos (grupo que completan Cary fanático de los explosivos, Martin y Preston) a enfrentar una amenaza de más allá del espacio, algo que ni su imaginación plagada de zombies y monstruos podía concebir.

Aquella mirada

Abrams demuestra aquí su maestría a todos sus niveles: en principio, como escritor de historias interesantes, que aportan una vuelta de tuerca hasta a aquello ya visto. También como un director integral, que aúna el despliegue visual de los “efectos especiales” (algo que no es un género en sí mismo, tal como dicen algunos defensores del “cine serio”, sino una panoplia de recursos al servicio de la mejor narración de la historia: función que debe cumplir cualquier elemento de una película) con una eficiente dirección de actores (aquí, para complicarla, de muy corta edad) y una dirección de arte que, más allá de algunos detalles que destacan los fanáticos en los portales de cine, reconstruye con bastante fidelidad el imaginario visual de la época en la que se ubica.

Que no es casual, por dos razones. Por un lado, los personajes rondan los 13 años, la edad que el propio Abrams tenía en 1979 (nació el 27 de junio de 1966), así que vio ese mundo con esos mismos ojos: el paso de la niñez a la adolescencia, el despertar del amor, la crisis de las amistades de la infancia.

Pero por otro lado, las películas que nombramos al principio, junto con otras como “Cuenta conmigo” de Rob Reiner sobre novela de Stephen King, se filmaron poco después, y participan de ese mundo perdido, sin celulares ni computadoras, donde para quienes vivían alejados de los grandes centros urbanos el mundo quedaba demasiado lejos. Un mundo entrañable, dentro y fuera de la pantalla.

Rostros juveniles

Desde el punto de vista actoral, más allá de la prestancia de Kyle Chandler como el adjunto Lamb, de la oscura humanidad de Ron Eldard como Louis Dainard, de la villanía de manual de Noah Emmerich como Nelec y la picardía de Ryan Lee como Cary, la película se apoya en un triunvirato juvenil.

El Joe de Joel Courtney sostiene la película, y recuerda al Sean Astin de “Los Goonies”, con algo del Henry Thomas de “E.T.”.

Con él, Riley Griffiths como Charles construye una relación de amistad, con algo del sabor de “Cuenta conmigo”. Y la gran sorpresa es el debut como “chica grande” de Elle Fanning como Alice, quien hace rato dejó de ser “la hermanita de Dakota” (ver “Babel”) para iniciar una carrera que ahora la muestra como una bonita y resuelta adolescente: la que todos hubieran soñado tener como primera novia.

Ellos le ponen cuerpo y emoción a una historia de aventura, ciencia ficción y emociones humanas, con jóvenes héroes como los de antes: un entrañable regreso a una época donde el mundo era más pequeño, y había más espacio para la sorpresa.